viernes, 27 de octubre de 2017

El Greco y la expulsión de los mercaderes del Templo


La expulsión de los mercaderes del templo es un cuadro pintado por El Greco (Domenikos Theotokopoulos, 1541-1614). Este óleo sobre tela mide 106 centímetros de alto y 130 cm de ancho, y fue ejecutado hacia el año 1600. Se conserva en la National Gallery de Londres.

Además existen otras cinco versiones de este mismo tema. Las dos primeras corresponden al periodo italiano. En ésta desaparecen figuras laterales de versiones anteriores y tanto el grupo de mercaderes expulsados de la izquierda como el de la derecha adquieren prácticamente la composición definitiva que se conservó en el resto de versiones. Cristo adquiere respecto a los cuadros anteriores más jerarquía quedando totalmente exento de las figuras que lo rodean, también mediante efectos de luz adquiere más protagonismo, básicamente apagando el resto de personajes. La arquitectura sigue siendo la romana que corresponde a la segunda versión pero en ésta se ha reducido su importancia, ahora solo ocupa la cuarta parte superior, también el color de la misma es más apagado. En esta versión predomina la importancia de las figuras.

Existe otra versión también realizada en el 1600, que se conserva en la Frick Collection de Nueva York, prácticamente igual a ésta pero de menor tamaño.[1] 

La expulsión de los mercaderes del Templo es un relato que se encuentra en los cuatro evangelios. En los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) el episodio está ubicado en el comienzo de la última semana de la vida de Cristo, mientras que en Juan se ubica al comienzo de su vida pública y en el contexto de la primera de las tres Pascuas. 

En los sinópticos la acción de Jesús expresa el reproche hacia aquellos que han convertido el Templo en una “cueva de ladrones”. La expulsión adquiere así un carácter de castigo purificador propio del lenguaje de los profetas que son citados: Is 56, 7 y Jer 7, 11.

Pero, en el texto joánico, como nos explica Luis H. Rivas, “Jesús no interviene con palabras tomadas del Antiguo Testamento. La primera interven­ción son palabras suyas dichas con autoridad (v. 16b): "¡Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio!" Define al Templo como "la casa de su Padre" e implícitamente se manifiesta como el Hijo de Dios.

La interpretación del gesto y las palabras de Jesús está tomada del libro de los Salmos y puesta como un comentario de los discípulos: "El celo por tu casa me consumirá" (Sal 69,10). El salmista, un piadoso judío, se lamenta porque ha si­do encarcelado e interpreta que ha caído en esa situación por su fidelidad al Tem­plo ("El celo... me ha consumido"). La versión de los LXX tradujo el verbo en futuro ("… me consumirá"), y Juan asume el texto de esta forma, entendiéndolo como una pro­fecía que se refiere directamente a Jesús y que apunta hacia la Pasión y la Pascua.”[2]

A continuación transcribo los textos para poder cotejarlos.

Mt 21, 12-13
Después Jesús entró en el Templo y echó a todos los que vendían y compraban allí, derribando las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. Y les decía: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».

Mc 11, 15-17 
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».

Lc 19, 45-46 
Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».

Jn 2, 13-17
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:
El celo por tu Casa me consumirá.

Este trasfondo escriturístico está expresado en las imágenes que el Greco ha pintado como decoraciones del pórtico del fondo a modo de relieves monocromos y que se encuentran a la izquierda y a la derecha del arco que se halla detrás de la figura de Jesús.

La de la izquierda representa otra famosa expulsión, la del Paraíso. Adán y Eva son castigados así por su desobediencia.
La de la derecha, en cambio, representa el sacrificio de Isaac justo en el momento de la intervención del Ángel que impide el sacrificio del hijo de Abrahám y que será sustituido por el carnero enredado en la zarza, figura de Cristo en su Pasión que se entrega por la salvación de todos los hombres.

Podemos decir que El Greco sacó a la luz la doble dimensión del misterio que representaba su cuadro. Jesús es el centro del mismo. A su derecha (a nuestra izquierda) se encuentra el grupo de los mercaderes y cambistas expulsados y a su izquierda el de los discípulos que parecen comentar y contemplar lo significado por el obrar terminante de Jesús.

Éste ha venido para quitar (expulsar) el pecado del mundo y para terminar con el círculo de los sacrificios de los chivos expiatorios. Él es el único Cordero que quita el Pecado. No hace falta más sangre ni violencia sagrada. Su amor se derrama por todos y el paraíso terrenal será superado, como morada humana definitiva, por la casa del Padre de Jesús.




[1] Imagen y artículo extraído de Wikipedia.
[2] Luis H. Rivas: El Evangelio de Juan. Ed. San Benito. Bs. As. 2005. p.154.