sábado, 31 de diciembre de 2016

Mozart, Quinteto para clarinete en La mayor 'Stadler' K581

Feliz Año Nuevo!!! Dios los bendiga!

Mozart, Divertimento (Trío) para piano, violín y violonchelo, K254

Michael Lonsdale, actor y lector de Péguy

Un lector de Péguy: 
Michael Lonsdale
19/03/2015
Michael Lonsdale es un actor de cine y teatro francés, nacido en 1931. Convertido al cristianismo en su juventud, participó en un espectáculo titulado « Péguy, poeta entre el cielo y la tierra », estrenado en junio de 2014, prestando su voz a lecturas de obras de Charles Péguy. « Lector de Péguy », lo es evidentemente. Aquí se explica.

¿Cómo descubrió a Péguy?
Michael Lonsdale: Fue hace mucho. Yo tenía entre 18 y 20 años. Vivía en el Sur, en Cannes, llegaba de África, y no conocía nada. Y fue mi tío, Marcel Arland, quien me dijo: tienes que leer a Claudel, Péguy… Es así como lo descubrí, hace mucho. Leí el “Misterio de la Caridad de Juana de Arco”. También lei “Eva”, “El dinero”… Y desde entonces tuve muy en cuenta su obra. Cuando participaba en veladas de poesía muy frecuentemente tomaba un texto de Péguy.

¿Qué es lo que más le gusta en Péguy: su estilo, su pensamiento, su vida?
M. L.: Es una mezcla de todo: es su pensamiento, y luego ese don por la poesía. ¡Es un poeta!
Del mismo modo me conmueve su fe, profunda y atípica. Péguy no era un hombre de Iglesia. No iba a la iglesia. Se encontraba en una situación de ruptura con la Iglesia. Dijo además cosas muy severas sobre los monjes, estimando que ellos no comprenden nada. Pero tal vez no tuvo la ocasión de encontrarse con los grandes maestros espirituales. Es un solitario. De cualquier manera, ama a Cristo, y eso es lo que cuenta sobre todo.

¿Qué es lo que hace tan actual el pensamiento de Péguy?
M. L.: Considero prodigioso lo que Péguy pudo presentir del mundo. Cuando habla del padre de familia, cuando habla de la corrupción, cuando habla del dinero… Es increíble. Se diría que es lo que sucede hoy.
Pienso que da razones para esperar en un mundo desmoralizado. Y es verdad: escribió un texto muy largo donde pregunta: « pero ¿qué es lo que pasa? ¿Dios nos abandona? Hay une especie de largo lamento. Y Péguy se refugia en la esperanza. Lo que él escribe sobre ese tema es muy bello. Nos dice que no hay que desesperar jamás. Es un mensaje muy contemporáneo. Ud sabe que los poetas, a menudo están fuera de su tiempo. Es como Víctor Hugo que presintió cosas increíbles respecto a la industria. Los grandes poetas son portadores de un tiempo sin mesura. Están adelantados a su tiempo, por inspiración…

¿Cuál es su obra, su texto preferido?

M. L.: Creo que su texto sobre la esperanza (“El Pórtico del Misterio de la segunda virtud”). Es muy bello, muy grande.

"Las tres virtudes" de Charles Péguy

LAS TRES VIRTUDES

FE
La virtud que más me gusta, dice Dios, es la espe­ranza.
La fe es algo que no me extraña,
que no tiene nada de raro.
Porque ¡brillo de tal manera en mi creación!
En el sol, en la luna y en las estrellas, en todas mis criaturas.
En los astros del firmamento y en los peces del mar, en las plantas y en los animales y en las bestias de la selva, y en el hombre, mi criatura.
En el hombre y en la mujer, su compañera, y sobre todo en los niños, mis criaturas,
sobre todo en la mirada y en la voz de los niños porque los niños son más mis criaturas que los hom­bres,
ellos no han sido derrotados todavía por la vida y son mis servidores más que nadie, antes que nadie. Verdaderamente ¡hay que ver cómo brillo Yo en mi creación!


Sobre lo alto de las montañas y en la superficie de las llanuras,
en el pan y en el vino y en el hombre que trabaja y en el que siembra, y en la misma cosecha y en la misma vendimia, en la luz y en las tinieblas,
y en el corazón del hombre que es lo más profundo
que hay en el mundo creado, tan profundo, que es impenetrable a toda mirada, ex­cepto a la mía.
Y resplandezco en la tempestad que hace brincar las
olas y las hojas de los árboles del bosque, y resplandezco en la calma de una bella tarde, en las arenas del mar y en las estrellas que son como las arenas del cielo, y en la piedra del umbral y en la del hogar y en la del altar,
en la oración y en los sacramentos,
en las casas de los hombres y en la Iglesia que es mi
casa de la tierra, en el águila mi criatura que vuela sobre las alturas, el águila que tiene por lo menos dos metros de ala a
ala y quizá hasta tres metros, y en la hormiga, mi criatura que se arrastra y amon­tona poco a poco en la tierra, en la hormiga, mi servidora,
mi más pequeña sierva que amontona trabajosamen­te, parsimoniosamente, que trabaja como una mi­serable y no conoce otra tregua ni otro reposo más que la muerte y el largo sueño del invierno.
Y resplandezco hasta en la serpiente
que engañó a la mujer y que por eso se arrastra sobre el vientre,
y que es también mi criatura y mi servidora,
¡Verdaderamente resplandezco en todo en mi crea­ción!
En todo lo que ocurre a los hombres, a los pueblos y
a los pobres.
E incluso en lo que les ocurre a los ricos que no quieren ser mis criaturas y que se ponen a cubierto de ser mis servidores. Resplandezco en todo lo que el hombre hace y des­hace, en todo cuanto hay de mal y de bien.
Estoy en todo porque soy el Señor de todo, y rehago todo lo que el hombre deshace, y deshago lo que construye.
Y resplandezco hasta en la tentación del pecado. Sí, incluso en la tentación.
Y   en todo lo que le sucedió a mi Hijo, a causa del hombre,
mi criatura, que yo había creado.
Y resplandezco en la Encarnación, en el Nacimiento
y en la vida y muerte de mi Hijo, y en todo nacimiento y en toda vida y en toda muerte,
y en la vida eterna que no tendrá fin y vencerá a la muerte.
Verdaderamente brillo de tal manera en mi creación que para no verme sería necesario que los hombres fueran ciegos.

CARIDAD
La caridad, dice Dios, es algo que no me extraña en absoluto,
que no tiene nada de extraño.
Estas pobres criaturas son tan desdichadas que, a me­nos de tener un corazón de piedra ¿cómo no iban a tener caridad las unas con las otras? ¿Cómo no iban a tener caridad con sus hermanos? ¿Cómo no se iban a quitar el pan de la boca, el pan de cada día, para dárselo a los pobres niños que van de puerta en puerta?
¡Y mi Hijo tuvo para con ellos una caridad tan enor­me!
¡Mi Hijo, su hermano, les tuvo tanto amor!

ESPERANZA
Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña,
me extraña hasta a Mí mismo,
esto sí que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las
cosas y que crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor
maravilla de nuestra gracia.
Yo mismo estoy asombrado de ello.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble y que brote de una fuente inagotable desde que comenzó a brotar por primera vez como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.
¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esta pequeña esperanza, va­cilante ante el soplo del pecado, temblorosa ante los vientos, agonizante al menor soplo, siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apa­gar como la pequeña llama del santuario que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos,
una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar
al soplo de la muerte, la esperanza.

Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza, y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza, inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas, mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hom­bres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una ma­dre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento,
cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen
por­que son de madera.


Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos, esta niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, ella es la que atravesará los mundos llenos de obs­táculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos des­de los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
Y así una llama temblorosa, la esperanza, ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos, una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos herma­nas mayores, que la llevan de la mano, . va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensa­ción de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña.



miércoles, 28 de diciembre de 2016

"La masacre de los Inocentes" del Giotto (Detalles)










"La masacre de los inocentes" por Giotto



La matanza de los inocentes puede ser la escena que mayor fuerza dramática y dinamismo compositivo presenta de entre todos los demás episodios narrados sobre la infancia de Cristo, en la capilla Scrovegni, con detalles absolutamente llenos de patetismo. La composición la centra el verdugo que con su arma intenta arrebatar a un niño de los brazos de su madre. La diagonal que describe su cuerpo y la contundencia de la acción ilustra plásticamente el contenido principal de la escena: la violencia de los hechos y el desvalimiento y sufrimiento de los inocentes, potenciado además con detalles tan explícitos como los niños degollados que yacen en el suelo. La escena esta enmarcada por dos estructuras arquitectónicas, de colores muy claros que contrastan con las tonalidades variadas del primer término. En uno de los balcones, Herodes contempla la terrible escena. Si el grupo de las madres es de una expresión de sufrimiento absolutamente estremecedor, las figuras de los esbirros están altamente caracterizadas, casi diríamos auténticas caricaturas. Cierra la composición por la izquierda el grupo de hombres, que se apartan del grupo central con expresión de vergüenza e incredulidad.

"LOS SANTOS INOCENTES" de Charles Péguy



Tengo siete razones — dice Dios — para amar a los inocentes asesinados por Herodes.
La primera es que los amo. Y esto basta. Tal es la jerarquía de mi Gracia.
La segunda es que me gustan. Y esto basta. Tal es la jerarquía de mi Gracia.
La tercera es que me agrada. Y esto basta.
Tal es la jerarquía, el orden y la regla de mi Gracia.

Y ahora les voy a decir la cuarta razón: es porque los niños no tienen en la comisura de los labios ese rictus de ingratitud y amargura, esa herida de envejecimiento, ese rictus de recuerdos que vemos en todos los demás labios.

La quinta es por una especie de equivalencia. Porque, por una especie de contrapeso, estos inocen­tes pagaron por mi Hijo: mientras yacían sobre el suelo de los caminos, las ciu­dades y los pueblos, menos tenidos en cuenta que los corderos, los ca­britos y los cochinillos, mi Hijo huía a Egipto.

De modo que se dio una especie de «quid pro quo», una especie de malentendido, porque esos inocentes fueron confundidos con mi Hijo,
y asesinados por Él, en vez de Él, no solamente a causa de Él, sino por Él, creyendo que era Él.

La sexta razón es que eran contemporáneos de mi Hijo,
de la misma edad, nacidos al mismo tiempo, y todos hacemos lo que podemos por nuestros com­pañeros de curso y ellos fueron del curso, de la promoción de Jesús.

La séptima razón —¿por qué voy a callármela? —
es que eran parecidos a mi Hijo. Porque una generación de hombres — dice Dios — una promoción de hombres es como una hermosa ola grande
que avanza de orilla a orilla sobre un mismo frente y la ataca de golpe y se deshace al fin al borde del mar como una muralla de agua.

De la misma manera una generación o una promoción
de hombres es como una ola de hombres que avanzan todos juntos sobre el mismo frente y se estrella también como una muralla de agua cuando toca las riberas eternas.

Mi hijo era algo tierno y nuevo como ellos, y desconocido como ellos.
No tenía en la comisura de los labios ese pliegue de
amargura y de ingratitud, ni ese otro pliegue de arrugas en las cejas,
el pliegue de las lágrimas y de haber visto mucho, ni tenía en las comisuras de la memoria el pliegue de no poder olvidar.

Ignoraba aún las vicisitudes que le esperaban, todo aquello que más tarde dejaría un eterno rastro: la corona de espinas y el cetro de la caña y la terrible agonía del Calvario, y la aún más terrible agonía de la víspera en el Huerto de los Olivos.

Éstas son la sexta y la séptima razones que tengo para
amar a los inocentes: que me recuerdan a mi Hijo como era si no hubiera cambiado luego, me lo recuerdan cuando era bello, cuando nada de esa terrible aventura había sucedido todavía.

He aquí por qué amo a los niños inocentes: porque entre todos son ellos los testigos mejores de mi Hijo,
los niños-jesús que no se harán grandes ya nunca.





Charles Pierre Péguy, también conocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (Orleans, Loiret; 7 de enero de 1873-Villeroy, Sena y Marne; 5 de septiembre de 1914), fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos.
De origen modesto, perdió a su padre pocos meses después de su nacimiento; su madre, se ganaba la vida arreglando sillas de paja. Acudió a la escuela en su Orleans natal, donde el director se fijó en sus posibilidades y le consiguió una beca para seguir sus estudios de secundaria, primero en el mismo Orleans y después en París.
En 1894, llegó a París para continuar sus estudios. Recibe las enseñanzas de Romain Rolland y de Henri Bergson, que lo marcarán mucho. Sus convicciones socialistas, que ya traía de las reuniones de obreros impresores, se afianzarán en esta época. Junto con otros amigos, fundó la librería Bellais, cerca de La Sorbona. En el año 1900, después de la casi quiebra del local, deja a sus asociados Lucien Herr y Léon Blum y funda Les Cahiers de la quinzaine en el n.º 8 de la calle de la Sorbona, revista destinada a publicar sus propias obras y a descubrir nuevos escritores. Romain Rolland, Julien Benda y André Suarès le apoyaron.
Desde 1906, inicia un proceso de conversión al catolicismo, acompañado por Jacques Maritain, el hijo de su mejor amiga. A partir de entonces combina su obra en prosa a menudo política y polémica con obras místicas y líricas. Todo esto unido a su intransigencia y carácter apasionado hizo que fuera visto como sospechoso por algunos católicos y por los socialistas.
Como teniente en la reserva, fue movilizado durante la I Guerra Mundial y murió en combate al comienzo de la batalla del Marne, el 5 de septiembre de 1914 en Villeroy, cerca de Meaux.

lunes, 26 de diciembre de 2016

San Esteban y el Retablo de Juan de Juanes

Dios se hizo hombre para que el hombre fuera Dios. Jesús acaba de nacer y hoy celebramos el fruto de su Encarnación y Nacimiento. Un hombre, Esteban, es el primer “testigo” (mártir) de Jesús. Morirá como Jesús, encomendando su espíritu a las manos de Dios.

San Esteban en la sinagoga
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 160 x 123 cm.
Forma parte del Retablo de San Esteban para la iglesia de San Esteban de Valencia, junto a las pinturas sobre la vida de San Esteban . Es el conjunto más representativo y monumental del pintor valenciano, en el que se ilustran los episodios más importantes de la vida del santo, considerado el primer mártir del cristianismo. Según los Hechos de los Apóstoles, la predicación de san Esteban provocó los recelos del sanedrín, que le acusó de contravenir la Ley de Moisés. Fiel a su profundo sentido narrativo, Juanes refleja las reacciones de los doctores mediante un rico repertorio de gestos y expresiones.


San Esteban acusado de blasfemo
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 160 x 123 cm.
Realizada para el retablo de San Esteban de Valencia, junto a otras escenas de la vida del santo y La Última Cena. La obra representa el momento, relatado en los Hechos de los Apóstoles, en el que san Esteban anuncia ante el sanedrín: “Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios”. Al oírle, los sacerdotes “prorrumpieron en grandes alaridos, se taparon los oídos y en tropel se lanzaron contra él” (Hechos 7, 56 y 57). Destaca la arquitectura clasicista del templo. Estuvo en la iglesia de San Esteban hasta que en 1801 lo adquirió Carlos IV, mediando el arzobispo don Juan del Río.



San Esteban conducido al martirio
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 160 x 123 cm.
Inspirada en los Hechos de los Apóstoles (7, 58), San Esteban fue condenado a la lapidación tras enfurecer a los sacerdotes del sanedrín. En esta escena se representa el momento en que es sacado de la ciudad y conducido al martirio igual que Cristo en el Calvario, también a las puertas de Jerusalén. Juanes se aparta del estilo de su padre en el modo en que acentúa la fealdad de los sayones, contrastando de forma casi maniquea con la belleza y la tranquilidad del rostro del santo. Saulo, el futuro san Pablo, contempla la escena. Sin duda, en uno de los aspectos que más se aleja de Macip es en el paisaje. Si en éste es más realista y deudor de Flandes, Juanes incorpora monumentos identificativos de la antigua Roma, como la Pirámide de Cayo Cestio, que aluden a esta ciudad como a la Jerusalén Celestial.


Martirio de San Esteban
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 160 x 123 cm.
Forma parte del Retablo de San Esteban de la iglesia de San Esteban de Valencia, junto a otras escenas de la vida del santo y La Última Cena. De acuerdo con los Hechos de los Apóstoles, san Esteban fue condenado a la lapidación tras enfurecer a los sacerdotes judíos del sanedrín. Mientras el santo, vestido con ropa de diácono, se encomienda a Dios, los expresivos sayones le lapidan con ira. Al fondo aparece Saulo, el futuro san Pablo, contemplando la escena enmarcada en un característico paisaje salpicado de ruinas clásicas, obeliscos y pirámides, según los modelos de Rafael que se repiten en casi toda la obra de Juan de Juanes.



Entierro de San Esteban
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 160 x 123 cm.
Forma parte del Retablo de San Esteban de la iglesia de San Esteban de Valencia, junto a otras escenas de la vida del santo y La Última Cena). La obra ilustra el momento en el que el cuerpo de san Esteban es introducido en la tumba por un grupo de ocho hombres. La composición recuerda la del Santo Entierro de Cristo tanto por la disposición de las figuras como por sus actitudes. A la izquierda se incluye el retrato de un personaje vestido a la moda del siglo XVI que dirige su mirada al espectador. Probablemente se trate de uno de los comitentes del retablo, pues fue costeado por varios personajes de la ciudad de Valencia.



La Última Cena
Hacia 1562. Óleo sobre tabla, 116 x 191 cm.
Pintada para el banco del retablo mayor de San Esteban, de Valencia, junto a las pinturas sobre la vida de San Esteban. Inspirada en Leonardo, tanto por lo que se refiere al espacio como a la elocuente expresividad de los apóstoles, muestra igualmente la estrecha vinculación de Juanes con Rafael. Siguiendo la iconografía tradicional en la Península, el pintor valenciano centró la escena en torno a Jesús, sereno y triunfante, en el momento de consagrar la sagrada hostia. El cáliz que aparece en el centro de la mesa reproduce el que se guarda en la catedral de Valencia, legendariamente considerado como el auténtico vaso utilizado por Jesucristo en la Última Cena. La jarra y la jofaina del primer término aluden al Lavatorio de los pies, previo a la Cena. Todos los Apóstoles llevan nimbo con su nombre excepto Judas Iscariote, aunque su nombre aparece en el banco que ocupa. Tiene la barba y el cabello rojos, según la tradición, viste de amarillo -color simbólico de la envidia-, y oculta a sus compañeros la bolsa del dinero.



Juan de Juanes,  (Fuente la Higuera, Valencia, h.1503/05 - Bocairente, Valencia, 1579)

Uno de los más importantes pintores del renacimiento español, dominador absoluto del panorama valenciano a mediados del siglo XVI. La autoría de algunas de sus obras está todavía en discusión, adjudicándoselas a su padre, el pintor Juan Vicente Masip que, activo ya en 1493, fue, sin duda, uno de los grandes pintores valencianos de la primera parte del quinientos. Su hijo Juan comenzó a trabajar en el taller paterno y juntos colaboraron en la realización de numerosos trabajos. El nombre de Juan aparece por vez primera en relación con el retablo de la catedral de Segorbe, en 1531. Es por esos años cuando se aprecia una profunda renovación estilística en la obra de Juan Vicente Masip. Las posturas son divergentes a la hora de valorar si la posible maduración lograda por su hijo Juan influyó en el padre, o si, por el contrario, fue la influencia de éste la que marcó dicha evolución en el hijo. Lo cierto es que a partir de los años treinta, Juan de Juanes se afianza como la personalidad dominante del taller, y llega a convertirse en la figura artística más respetada y requerida de Valencia. Las alabanzas de los escritores contemporáneos nos dan idea de la fama que logró en vida. Juanes estuvo en contacto con la cultura literaria y los importantes círculos humanísticos de la capital virreinal y parece haber sido un artista de intensa preocupación intelectual, que dominaba el latín, y quizá a causa de ello latinizó su nombre, haciendo parangonable su obra con la de los mejores pintores de la Antigüedad, y huyendo del más pedestre apellido «Maçip». Su pintura mantiene un componente flamenco que pudo renovar visitando las colecciones de personajes notables a los que frecuentó, como Mencía de Mendoza. A ello se une la influencia predominante italiana, que desde el leonardismo presente en la Valencia de los Hernando, se actualiza con la influencia de Rafael y el conocimiento de la pintura de Sebastiano del Piombo. Las obras de este último, traídas a Valencia por Jerónimo Vich, embajador en Roma hasta 1521, son indispensables para entender la pintura de Juanes, cuyos modelos se encuentran ya en el comentado retablo de Segorbe. A pesar de que las influencias italianas son tan evidentes que han hecho pensar en un posible viaje de Juanes a Italia, sin embargo, podrían explicarse por el pleno conocimiento del arte italiano que el artista pudo adquirir en el ambiente artístico valenciano. Es probable que hubiera visto la obra de Rafael a través de estampas y no directamente. Aunque en Juanes es preponderante la pintura de temática religiosa, también llevó a cabo obras mitológicas y una serie de retratos de los prelados de la catedral de Valencia, de Alfonso V y de don Luis Castellà de Vilanova, señor de Bicorp (Prado). Donde Juanes alcanza una de sus máximas cotas es en los lienzos del Retablo de san Esteban (Prado), pintados para el retablo mayor de la iglesia de San Esteban de Valencia hacia 1562 y que permanecieron allí hasta su adquisición por Carlos IV alrededor de 1800. En ellos el pintor se muestra en plena forma, dominando todos los recursos pictóricos. Exquisito dibujante, muestra a la vez un colorido rico y brillante, los fondos de las pinturas se articulan con evocadores paisajes poblados de arquitecturas y ruinas clásicas, compuestas como citas eruditas, mientras dota a sus personajes de una gestualidad retórica que demuestra su conocimiento y meditación sobre los tratados de elocuencia clásica (García López, D. en: E.M.N.P., 2006, tomo IV, pp. 1356-1357).

sábado, 24 de diciembre de 2016

Para un gran Misterio, un gran Poeta

San Juan de la Cruz

De la Encarnación y Nacimiento.


Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenia sólo Padre,
 ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.

Ghirlandaio - Natividad
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.

jueves, 22 de diciembre de 2016

"El Niño" de Francisco Luis Bernárdez

El niño

Ésta es la noche de las noches, ésta es la noche prometida
y esperada.
Ésta es la noche en que los cielos se reconcilian con la tierra
castigada.
La obscuridad cubre los ojos, la obscuridad cubre los cuerpos
y las almas.

Pero el espíritu divino vive en las sombras como ayer
sobre las aguas.
La noche pesa mucho menos que de costumbre y es más honda
y más humana.
La tierra duele mucho menos, y ser feliz no cuesta nada
o casi nada.

La luz que viene por el cielo no es la del alba aunque parece
la del alba.
Es una estrella incomprensible que por encima de las otras
se levanta.
Es una estrella que palpita como un inmenso corazón envuelto
en llamas.

Y en cuyo fuego se consumen los que la miran, cuando alumbra
y cuando canta.
Canta la estrella en el espacio como el ardiente ruiseñor
en la espesura.
Pero de pronto se interrumpe, y en la profunda, obscuridad mira
y escucha.

Un rayo mudo, pero inmenso, hiere la noche con su espada
que fulgura.
Y el firmamento desgarrado muestra su abismo de inocencia
y de dulzura.

Un mar de fuego inunda el aire, mientras estalla una tormenta
de aleluyas.
Todos los ángeles del cielo cantan en coro Gloria a Dios
en las alturas…

Y   los pastores se arrodillan, enceguecidos por la luz
y por la música.
Con las cabezas inclinadas, oyen temblando lo que el cielo
les anuncia.
Cuando la música se apaga, vuelven los ojos a la estrella
vagabunda.

Casi perdida en la distancia, la estrella está sobre la entrada
de una gruta.
Encaminados por la estrella, los hombres llegan y descubren
el prodigio.
En la caverna iluminada por el misterio está la Madre
con el Niño.

Ella lo mira dulcemente, con su mirada de lucero
matutino.
Y Él le responde con la suya, que para el mundo es la del sol
recién nacido.
Detrás del Niño y de la Madre se puede ver a San José,
medio escondido.
Y encastillado en su silencio, como un guerrero en un baluarte
de jacinto.

Aquí tuvieron que alojarse, porque en las casas de Belén
no había sitio.
El buey y el asno de Isaías, los animales de Habacuc son
sus testigos.
Hoy se ha cumplido la promesa y ha comenzado el soberano
sacrificio.

El Verbo eterno se hizo carne y en un pesebre está desnudo
y tiene frío.
Una Doncella más hermosa que las demás ha dado a luz la luz
perpetua.
Pero su cuerpo sigue intacto, como una lámpara que alumbra
y no se altera.

La eternidad se vuelve historia, y ésta comienza en este instante
a ser eterna.
Naciendo en medio de nosotros, Dios pone paz entre la forma
y la materia.
Ya no es incendio que deslumbra, ni obscuridad que hace temblar,
ni voz que aterra.

Hoy es un niño como todos, que nos infunde compasión porque
se queja.
Éste es el árbol que ha nacido para enseñarnos a subir
desde la tierra.
Cuando lo poden nuestras culpas, dará más fruto que al principio
y con más fuerza.

Durante siglos preguntamos por la verdad, por la virtud,
por la belleza.
Dios escuchó nuestras preguntas y en esta forma nos ha dado
la respuesta.
Todos los ángeles del cielo se han extinguido poco a poco
en el espacio.
sólo quedan las estrellas, que son las huellas luminosas
de sus pasos.

La noche vuelve a su silencio, pero los hombres ya no están
desamparados.
Porque en Belén hay un pesebre, y en él un Niño que ha venido
a rescatarlos.
Y junto al Niño una Doncella: trono del Rey, fuente del Sol,
raíz del Árbol.
Nido feliz de la Paloma, cauce de Dios, carne del Verbo
soberano.

En un rincón de la caverna soy el testigo más inmóvil
y callado.
Al contemplar lo que contemplo siento vergüenza de mi boca
y de mis manos.
Entran sin verme los pastores, con sus ofrendas de corderos
y de pájaros.

Pero Jesús vuelve los ojos y hacía el lugar en donde estoy
tiende los brazos.


FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ