viernes, 21 de diciembre de 2018

Gerard van Honthorst: "Adoración del Niño"













Gerard van Honthorst
Gerrit van Honthorst o Gerard van Honthorst (Utrecht, 4 de noviembre de 1590 — Utrecht, 27 de abril de 1656)​ fue un pintor caravaggista flamenco del siglo XVII, de historia, de género y retratista.
Nacido en una familia de artistas, van Honthorst fue alumno de Abraham Bloemaert. En la década de 1610 completó su formación en Roma, estudiando en particular la obra de Caravaggio. Posteriormente residió en Londres, acompañado de su discípulo Joachim von Sandrart, donde pintó para el rey Carlos I. Regresó a su país, donde se convirtió en el más destacado de los pintores de la Escuela de Utrecht, seguidores holandeses de Caravaggio.
En 1622, fue admitido en la cofradía de pintores de Utrecht. Fue pintor de Federico Enrique de Orange-Nassau y de su hijo Guillermo II, ambos estatúderes y príncipes de Orange.
Se destacó como pintor de escenas nocturnas y con luz artificial, lo que le valió el sobrenombre de «Gherardo della Notte» («Gerardo de la noche»).
En la década de 1630, Van Honthorst se dio a conocer como retratista, lo que le permitió establecerse en La Haya en 1637, y pintó sucesivamente en el castillo de Ryswick y en Huis ten Bosch. El tiempo que no empleaba en producir pinturas lo dedicaba a los retratos. Sus obras eran muy numerosas, y están ampliamente representadas en museos de toda Europa. Sus piezas más atractivas son aquellas en las que cultiva el estilo de Caravaggio, esto es, aquellas que representan tabernas, con jugadores, cantantes y comensales de escasos modales. Muestra gran habilidad al reproducir escenas iluminadas por una simple vela.
En 1649, fue invitado a tomar parte, junto con otros artistas, en la decoración del Orange Hall en el Palacio del Estatúder de Huis ten Bosch. En 1652, regresó a Utrecht, donde murió cuatro años más tarde.

martes, 14 de agosto de 2018

MANDRIONI Y UN TEXTO PROFÉTICO


Esto escribía Héctor D. Mandrioni a modo de prólogo a la segunda edición de su libro “La Vocación del Hombre”.
Tras agradecer a los lectores y a la prensa por el éxito de la primera edición decía:

Tal vez sea este un testimonio más de la vigencia entre nosotros de aquella manera de pensar y sentir que aún cultiva el respeto, la veneración y el pudor ante el misterio de las cosas y de las personas. Solo a partir de este modo de pensar y sentir puede prosperar “aquello” capaz de salvar en esta hora, en la que la humanidad entra, cada vez con un paso más acelerado, en la zona del peligro. La región del peligro no es tanto el espacio donde es posible la catástrofe atómica, cuanto aquella región donde solo impera el pensar exclusivamente calculador.
La Vocación del hombre seguirá manteniendo un sentido, en la medida que se guarde la distancia esencial que media entre el “encuentro específicamente humano” y el simple choque de las ratas con los estímulos eléctricos en el “laberinto”. Mientras el hombre se interprete a sí mismo sobre la base de los modelos mecánicos de la cibernética y de los esquemas “miomórficos” del comportamiento animal, será absorbido, individual y colectivamente, por las potencias oscuras.
Conocimiento reflexivo y meditativo, ideal de vida, encuentro intersubjetivo personal, valores y autodecisión, solo cobran sentido desde la interioridad espiritual. La fascinación exclusiva y unilateral de lo mecánico, la cifra o número operativo convertido en el “logos” de la actual voluntad de poder, y el intento de querer crear un destino historial sobre la base de una hegemonía del lenguaje científico-técnico, constituyen, hoy, la dimensión más peligrosa de la humanidad.
Pero, por singular paradoja, el camino que arrastra a la zona de peligro, tal vez, favorezca el surgir y prosperar de aquello que salva. La misión de ser hombre implica esta especial aventura: poder sacar de su choque contra la adusta roca del peligro un nuevo ascenso en su ser. Así lo expresan estas palabras de Hölderlin:

“La ola de la vida no rompería tan alto en espuma
convirtiéndose en espíritu,
si no se le opusiese la vieja y sorda
roca del destino”

Villa Malcolm, agosto 8 de 1967.

Monseñor Doctor Héctor Délfor Mandrioni nació en la localidad bonaerense de Roque Pérez el 13 de febrero de 1920.
Fue ordenado sacerdote el 6 de diciembre de 1942. Su ministerio sacerdotal se inició en la parroquia del Tránsito de la Santísima Virgen, en el barrio porteño de Balvanera, como vicario cooperador de 1942 a 1947. Desde este último año hasta su fallecimiento, se desempeñó como capellán de las Hermanas de San José (Gurruchaga 1040) donde tenía su domicilio.
Pensador y filósofo se doctoró en la Universidad Nacional de La Plata y amplió y profundizó sus estudios en las universidades de Munich, Tübingen, Heidelberg y Freiburg.
Dictó cátedra en distintas universidades y profesorados argentinos. Miembro de la Sociedad Argentina de Fenomenología y Hermenéutica, se desempeñó como evaluador del CONICET en la Comisión Asesora de Filosofía, Pedagogía y Psicología. Miembro honorario del Instituto de Filosofía de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lomas de Zamora, y profesor de la Pontificia Universidad Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires”. Fue fundador, junto con Bernhard Welte, del programa de cooperación intercultural Stipendienwerk Lateinamerika-Deutschland, que actualmente dirige el profesor Peter Hünerman.
Autor de numerosos libros, entre otros: Introducción a la Filosofía, Max Scheler. El concepto de “Espíritu” en la antropología scheleriana. Hombre y Poesía. La vocación del hombre. Rilke y la búsqueda del fundamento. Sobre el amor y el poder. Filosofía y Política. Pensar la técnica.
En ocasión de la celebración de sus 80 años, fue editado un libro de homenaje titulado “Pensamiento, poesía y celebración” y a comienzos de 1991 se había publicado “Vigencia del filosofar”, que reunía el aporte de 28 colaboradores, más un artículo escrito por el mismo homenajeado.
     Es de destacar su vinculación y trabajo conjunto con personalidades como Stanislas Breton y Paul Ricoeur. También, la correspondencia mantenida con Paul Claudel a raíz de su libro “El significado de la Anunciación a María”.
     El 8 de marzo de 1991 el Santo Padre Juan Pablo II lo distinguió con el título pontificio de Prelado de Honor de Su Santidad.
Falleció en Buenos Aires el 2 de febrero de 2010.

jueves, 9 de agosto de 2018

miércoles, 8 de agosto de 2018

JORGE MANRIQUE Y LAS COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE




COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE (Fragmentos) 


Recuerde el alma dormida, 
avive el seso y despierte 
contemplando 
cómo se pasa la vida, 
cómo se viene la muerte 
tan callando, 
cuán presto se va el placer, 
cómo, después de acordado, 
da dolor; 
cómo, a nuestro parecer, 
cualquiera tiempo pasado 
fue mejor. 

Pues si vemos lo presente 
cómo en un punto se es ido 
y acabado, 
si juzgamos sabiamente, 
daremos lo no venido 
por pasado. 
No se engañe nadie, no, 
pensando que ha de durar 
lo que espera, 
más que duró lo que vio 
porque todo ha de pasar 
por tal manera. 

Nuestras vidas son los ríos 
que van a dar en la mar, 
que es el morir; 
allí van los señoríos 
derechos a se acabar 
y consumir; 
allí los ríos caudales, 
allí los otros medianos 
y más chicos, 
y llegados, son iguales 
los que viven por sus manos 
y los ricos. 
… 

Este mundo es el camino 
para el otro, que es morada 
sin pesar; 
mas cumple tener buen tino 
para andar esta jornada 
sin errar. 
Partimos cuando nacemos, 
andamos mientras vivimos, 
y llegamos 
al tiempo que fenecemos; 
así que cuando morimos 
descansamos. 

Este mundo bueno fue 
si bien usáramos de él 
como debemos, 
porque, según nuestra fe, 
es para ganar aquél 
que atendemos. 
Aun aquel Hijo de Dios, 
para subirnos al cielo 
descendió 
a nacer acá entre nos, 
y a vivir en este suelo 
do murió. 

Ved de cuán poco valor 
son las cosas tras que andamos 
y corremos, 
que en este mundo traidor, 
aun primero que muramos 
las perdemos: 
de ellas deshace la edad, 
de ellas casos desastrados 
que acaecen, 
de ellas, por su calidad, 
en los más altos estados 
desfallecen. 

Decidme: la hermosura, 
la gentil frescura y tez 
de la cara, 
el color y la blancura, 
cuando viene la vejez, 
¿cuál se para? 
Las mañas y ligereza 
y la fuerza corporal 
de juventud, 
todo se torna graveza 
cuando llega al arrabal 
de senectud. 

«No tengamos tiempo ya 
en esta vida mezquina 
por tal modo, 
que mi voluntad está 
conforme con la divina 
para todo; 
y consiento en mi morir 
con voluntad placentera, 
clara y pura, 
que querer hombre vivir 
cuando Dios quiere que muera 
es locura. 

Oración: 

Tú, que por nuestra maldad, 
tomaste forma servil 
y bajo nombre; 
tú, que a tu divinidad 
juntaste cosa tan vil 
como es el hombre; 
tú, que tan grandes tormentos 
sufriste sin resistencia 
en tu persona, 
no por mis merecimientos, 
mas por tu sola clemencia 
me perdona.» 

Fin: 

Así, con tal entender, 
todos sentidos humanos 
conservados, 
cercado de su mujer 
y de sus hijos y hermanos 
y criados, 
dio el alma a quien se la dio 
(en cual la dio en el cielo 
en su gloria), 
que aunque la vida perdió 
dejónos harto consuelo 
su memoria. 


Dos tendencias —la que se mueve de una lamentación privada hacia una meditación genérica, y la que va de una apreciación valorativa de la muerte hasta una actitud puramente negativa— se hallan representadas en (el texto) de la Dança general de la Muerte[1]; idénticas directrices, de signo contrario, empero, las encontramos en uno de los más famosos poemas hispánicos de todos los tiempos, las Coplas que fizo a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Encarna este autor (h. 1440-1479), en la mayoría de sus facetas, al tipo de poeta aristocrático de su tiempo. Escribió sus obras en los momentos que su activa vida le dejaba libres —se trata de un soldado que murió en campaña— y sus poemas, de los que conservamos alrededor de cincuenta, versan en su mayor parte de temas amorosos. 

En éstos empleó Manrique los conocidos recursos de los poetas de cancionero. Construye una esparsa[2] a base de juegos de palabras, y en dos poemas (un acróstico y una variante de dicho género) incorpora el nombre de su esposa Guiomar —nótese de paso que se trata de poesías de amor cortés pero dentro del matrimonio—. Las canciones de Manrique revelan gran habilidad técnica y valen más en su conjunto que sus esparsas; sus decires —más largos, desde luego— están igualmente logrados, pero su mayor interés reside en los temas y las imágenes. De la profession que hizo en la orden del Amor emplea hábilmente la metáfora de una orden religiosa para subrayar la devoción amorosa del poeta: los votos de pobreza y obediencia siguen sin cambiar, pero la castidad se sustituye por la constancia. En dos poemas más, la metáfora amorosa no proviene de la religión sino de la guerra: se trata del castillo y del asedio. En la Escala de amor, la beldad y la mesura de la amada escalan el muro de la libertad del poeta, abriendo paso luego para el amor. El Castillo de amor, poema más largo en octosílabos con pie quebrado, emplea de manera distinta la misma imagen fundamental: el poeta es vasallo de la amada, y defiende el castillo de su amor contra la mudanza, el olvido y otros enemigos, sin olvidar que describe al castillo alegórico del amor con todos los pormenores de una auténtica fortaleza medieval. 

Además de sus poesías amorosas y de las famosas Coplas, Manrique compuso tres poemas satírico-burlescos, dos de ellos de gran interés. Las Coplas a una beuda nos muestran a una mujer borracha que dejó su falda en prenda para comprar más vino; la mayor parte del poema la constituye su rezo a varios santos. El asunto y la actitud del autor nos recuerdan al Arcipreste de Talavera, pero la técnica de los dos autores es distinta. Un combite que hizo a su madrastra (que era también su cuñada) revela a la vez una marcada malevolencia que debe ser resultado de graves disensiones dentro de la familia, además de una fértil imaginación satírica: 

Entrará vuestra merced, 
porqu’es más honesto entrar, 
por cima d’una pared 
y dará en un muladar. 
Entrarán vuestras donzellas 
por basco d’un albollón, 
hallaréys luego un rincón 
donde os pongáis vos y ellas [...] 

Y el arroz hecho con grasa 
de un collar viejo, sudado, 
puesto por orden y tasa, 
para cada uno un bocado; 
por açúcar y canela, 
alcrevite por ensomo, 
y delante el mayordomo 
con un cabo de candela. 
(págs. 81-85)[3]


Aun de no habernos dado las Coplas, tendríamos que considerar a Manrique como uno de los poetas de mayor importancia en el reinado de Enrique IV. 

Murió el padre del poeta, Rodrigo Manrique, en 1476, pero las Coplas se compusieron probablemente poco antes de la propia muerte del autor. Escritas en octosílabos con versos de pie quebrado, contienen los tópicos doctrinales y retóricos de la Edad Media, lo que las priva de una originalidad intelectual que compensa con creces su fuerte pathos emotivo. Se inicia el poema con unas consideraciones de tipo general en torno a la vida y la muerte; presenta luego algunas siluetas de hombres ilustres ya desaparecidos, para enfrentarnos, por último, con el más recientemente finado, don Rodrigo. Las alusiones a los muertos famosos constituyen otro caso más del conocido tópico de ¿Ubi sunt?[4], pero Manrique, a diferencia de muchos autores medievales, alude a los hombres del pasado reciente, tan conocidos a sus lectores que puede prescindir de los nombres de muchos de los difuntos. Nos ofrece una vivaz evocación de la vida de la corte, y aun es muy posible que su descripción de las justas y fiestas recuerde unas fiestas famosas, las de Valladolid en 1428. Después de aludir a la Castilla del siglo XV, el poeta nos presenta a su padre visto a través de la comparación con famosos personajes de la historia romana, compartiendo la cualidad de más relieve que ofrece cada uno, para terminar presentándolo por sí mismo. Cierra el poema la visita respetuosa de la Muerte a Rodrigo, quien la recibe como la corona a una existencia virtuosa. Tal vida —nos dice el poeta— alcanza la fama; ésta, en realidad, se marchita, no obstante, dejando lugar a «estotra vida tercera»: la del cielo. Don Rodrigo ha conseguido a la vez la salvación y la fama, en lo que se fundamenta el consuelo de sus familiares. 

La imagen que domina las Coplas es la del viaje: las vidas individuales son ríos que fluyen hacia el mar; todos los hombres, si se escapan de la celada tendida por la Muerte en medio de sus placeres, llegan al arrabal de la senectud; la Muerte invita a don Rodrigo a partir con buena esperanza. Dentro del cuadro de esta imagen primordial se colocan otras: el fuego, el rocío, la hierba (el origen bíblico de ésta queda patente). Las dos últimas son imágenes de lo transitorio de la vida en este mundo (…). 

Profundamente afectado por el fallecimiento de su padre (quizá también por las premoniciones de la suya propia), le era urgente el resolver los problemas tanto de tipo intelectual como emocional que aquélla le planteaba, y alcanza salir victorioso en su búsqueda de consuelo de un modo que habría sido frecuente en la temprana Edad Media, pero que era inusitado en los tiempos turbulentos y angustiados de Enrique IV. Se vuelve, pues, Manrique hacia una posición más primitiva y equilibrada, si la cotejamos con el pesimismo del otoño medieval visible en la Dança. El único aspecto en el que las Coplas revelan cierto influjo del Renacimiento es quizá el acento que se coloca sobre la fama en cuanto premio a una vida virtuosa, aunque este matiz aparezca decididamente subordinado a consideraciones religiosas características de la Edad Media. 

Los tópicos empleados por Manrique no ocultan sus propias emociones, sino que las expresan gráficamente, y hasta es posible que éstas fueran algo más complejas de lo que parece a primera vista. Ya hemos comentado el poema satírico dirigido a la madrastra-cuñada del poeta, y su probable origen en disensiones familiares que habrían aumentado con el tiempo. Es posible que las bodas del poeta y su padre con dos hermanas provocasen emociones ambivalentes, y que el dolor que le ocasionó la muerte del padre fuese complicada por el remordimiento a causa de disensiones pasadas. Todo esto queda en un terreno de hipótesis interpretativa, pero lo cierto es que, de haber semejante conflicto de emociones, la necesidad de una resolución artística del problema sicológico resultaría más urgente.[5] 



[1] La Dança general de la Muerte, compuesta en castellano a finales del siglo XIV o ya en el XV, y su versión ampliada impresa en Sevilla en 1520, no van, sin embargo, acompañadas de tales ilustraciones; quizá sea esto la razón por que hacen menos hincapié en la corrupción física, aunque presenten a veces una macabra plasticidad y rezumen pesimismo. Parece que las danzas de la muerte surgieron en Europa en el siglo XIV, y que se hallan emparentadas con el pesimismo universal que invadió los últimos estadios de la Edad Media, obedeciendo a un complejo número de causas, entre las que hay que mencionar el desastre económico y demográfico que produjera la peste negra. Los sermones de los frailes que urgían al arrepentimiento llamaron la atención hacia la idea de la muerte, de modo especial en sus aspectos negativos, pero no se ha dado todavía con una satisfactoria fuente literaria de las danzas de la muerte, cuyo auténtico origen ha de buscarse en el ambiente social e intelectual de la época. 


[2] Esparsa o esparza, es un poema monoestrófico de ascendencia trovadoresca que evoluciona junto a la canción y el villancico. Tiene origen occitano, aunque la forma castellana sólo se remonte a ella indirectamente. Es precursora del madrigal y del epigrama. 


[3] Para más detalle sobre este poema satírico Cf. http://regusto.es/2015/04/26/festin-burlesco-para-una-madrastra/ 


[4] Ubi sunt es un tópico literario mediante el cual el poeta se pregunta por el paradero de los que han muerto. Viene de la frase en latín Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? ("¿Dónde están o qué fue de quienes vivieron antes que nosotros?"). 


[5] Fragmento extraído de A. D. Deyermond, Historia de la Literatura Española 1, La Edad Media, Ed. Ariel, Barcelona, 1999, pp. 341-346.

lunes, 6 de agosto de 2018

Un poeta y un poema


Amado Nervo
(27 de agosto de 1870 Tepic, México - +24 de mayo de 1919 (48 años), Montevideo, Uruguay
Amado Nervo, seudónimo de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, fue un poeta y prosista mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, no pudo ser miembro de número por residir en el extranjero.
Poeta, autor también de novelas y ensayos, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras, acudiéndose entonces a combinaciones más complejas de palabras terminadas en "-ismo", que intenta reflejar sentimiento religioso y melancolía, progresivo abandono de artificios técnicos, incluso de la rima, y elegancia en ritmos y cadencias como atributos del estilo de Nervo.
El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.





EN PAZ

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

sábado, 23 de junio de 2018

San Juan Bautista, San Francisco de Asís y el Cordero por El Greco


 “Es necesario que Él crezca…”
San Juan Bautista somos nosotros esperando convertirnos
En el Cordero, pequeño y manso, que en silencio da la vida.
Así seremos Luz en la Luz.
Como el pequeño y manso Francisco.
Creció Cristo en él 
hasta la estatura del Hombre Nuevo.



¡Queridos testigos del Cordero!
¡Ayúdennos a morir al pecado,
A ser Juanes y Franciscos
A ser Corderos!


viernes, 22 de junio de 2018

Santo Tomás Moro




Nació en el corazón de la ciudad de Londres (Inglaterra), en su casa familiar de Milk Street, el 7 de febrero de 1478. Fue el hijo mayor de sir John More, mayordomo del Lincoln's Inn (uno de los cuatro colegios de abogados de la Ciudad de Londres), jurista y posteriormente nombrado caballero y juez de la curia real; y de su mujer Agnes More (de soltera, Graunger). En 1486, tras cinco años de enseñanza primaria en la antigua Escuela de San Antonio (Saint Anthony's School), una destacada escuela de gramática de Londres, además de ser la única gratuita, fue conducido según la costumbre entre las buenas familias al palacio de Lambeth, donde sirvió como paje del cardenal John Morton, arzobispo de Canterbury y Lord Canciller de Inglaterra.
El cardenal era un ferviente defensor del nuevo humanismo renacentista y tuvo mucha estima al joven Moro. Confiando en desarrollar su potencial intelectual, Morton decidió, en 1492, sugerir el ingreso de Tomás Moro, que por entonces contaba con catorce años, en el Canterbury College de la Universidad de Oxford, donde pasará dos años estudiando la doctrina escolástica que allí se impartía y perfeccionando su retórica, siendo alumno de los humanistas ingleses Thomas Linacre y William Grocyn. Sin embargo, Moro se marchó de Oxford dos años después sin graduarse y, por insistencia de su padre, en 1494 se dedicó a estudiar leyes en el New Inn de Londres y, posteriormente, en el Lincoln's Inn, institución en la que había trabajado su padre. En 1496 comenzó a ejercer la abogacía ante los tribunales. Posiblemente durante esta época aprendió el francés, necesario tanto para las cortes de justicia inglesas como para el trabajo diplomático, uniéndose este idioma al inglés y latín ya aprendidos durante sus estudios primarios.
En torno a 1497, comenzó a escribir poesías, con una ironía que le valió cierta fama y reconocimiento. En esta época tiene sus primeros encuentros con los precursores del Renacimiento, conociendo a Erasmo de Róterdam, con quien entablaría amistad, y a John Skelton.
Hacia 1501 ingresó en la Tercera orden de San Francisco, viviendo como laico en un convento cartujo hasta 1504. Allí se dedicó al estudio religioso. Alrededor de 1501 tradujo epigramas griegos al latín y comentó De civitate Dei, de san Agustín de Hipona. A través de los humanistas ingleses tuvo contacto con Italia. Tras realizar una traducción (publicada en 1510) de una biografía de Giovanni Pico della Mirandola escrita por su sobrino Gianfrancesco, quedó prendado del sentimiento de la obra que adoptó para sí, y que marcaría definitivamente el curso de su vida.
Al abandonar el convento de los cartujos, en 1505, contrajo matrimonio con Jane Colt y ese mismo año nació su hija Margaret, quien fue su discípula. Habiendo abandonado la Orden de los Cartujos, se recibió en leyes y ejerció la abogacía con éxito, en parte gracias a su preocupación por la justicia y la equidad; más tarde sería juez de pleitos civiles y profesor de Derecho.
En 1506 nació su segunda hija, Elizabeth. Ese año tradujo al latín a Luciano de Samosata con ayuda de Erasmo. Un año más tarde nació Cicely, su tercera hija. Tomás Moro era pensionado y mayordomo en el Lincoln's Inn, donde dictó conferencias entre 1511 y 1516. En 1509 nació su hijo John. Moro participó en gestiones entre grandes compañías de Londres y Amberes. Ese mismo año escribió poemas para la coronación de Enrique VIII. En 1510 fue nombrado miembro del Parlamento y vicesherif de Londres. Un año más tarde murió su esposa Jane y se casó con Alice Middleton, viuda siete años mayor que Moro y con una hija, Alice.
Miembro del Parlamento desde 1504, Tomás Moro fue elegido juez y subprefecto en la ciudad de Londres, y se opuso a algunas medidas de Enrique VII. Con la llegada de Enrique VIII, protector del humanismo y de las ciencias, Moro integró el primer Parlamento convocado por el rey en 1510.
Moro viajó por Europa y recibió la influencia de distintas universidades. Desde allí escribió un poema dedicado al rey, que acababa de tomar posesión de su trono. La obra llegó a manos del rey, que hizo llamarlo, naciendo a partir de entonces una amistad entre ambos.
La obra de Moro Historia de Ricardo III (History of King Richard III, c. 1513-1518), escrita en latín e inglés, aunque inconclusa, fue impresa en inglés de forma imperfecta en la Crónica (Chronicle) de Richard Grafton (1543) y usada por otros cronistas de la época como John Stow, Edward Hall y Raphael Holinshed, transmitiendo así material a William Shakespeare para su obra Ricardo III.
En 1515, Tomás Moro fue enviado con una embajada comercial en Flandes. Ese año escribió el libro segundo de Utopía y un año más tarde el libro primero; la obra completa fue publicada en Lovaina. En 1517 Tomás Moro entró a trabajar para el rey Enrique VIII: se lo nombró Master of requests y pasó a ser miembro del Consejo Real. Enrique VIII se sirvió de su diplomacia y tacto, confiándole algunas misiones diplomáticas en países europeos. Fue enviado en misión extranjera a Calais desde agosto a septiembre de 1517, para resolver problemas mercantiles.
En 1520 ayudó a Enrique VIII a escribir la Assertio Septem Sacramentorum (Defensa de los siete sacramentos). A ello siguió su designación para diferentes cargos y su condecoración con distintos títulos honoríficos. En 1521 fue honrado con el título de knight (caballero) y designado vicecanciller del Tesoro. Ese mismo año su hija Margaret se casó con William Roper, quien sería el primer biógrafo de Tomás Moro. En 1524 fue nombrado High Steward (censor y administrador) de la Universidad de Oxford, de la que había sido alumno. En 1525 fue nombrado también High Steward de la Universidad de Cambridge y canciller del Ducado de Lancaster. En 1526 fue juez de la Cámara de la Estrella. Trasladó su residencia a Chelsea y escribió una carta a Iohannis Bugenhagen defendiendo la supremacía papal. En 1528, el obispo de Londres le permitió leer libros heréticos para refutarlos. Finalmente, se lo designó Lord Canciller en 1529. Fue el primer canciller laico después de varios siglos.
En 1530 no firmó la carta de nobles y prelados que solicitó al papa la anulación del matrimonio real. En 1532 renunció a su cargo de canciller. En 1534 se negó a firmar el Acta de Supremacía que representaba un repudio a la supremacía papal. El Acta establecía condena a quienes no la aceptaran y el 17 de abril del mismo año Moro fue encarcelado. Fue decapitado el 6 de julio de 1535.
Arriba, boceto de un retrato familiar de Tomás Moro (ca. 1527), realizado por Hans Holbein el Joven. El astrónomo Nicolás Kratzer, amigo de Holbein y tutor de los hijos de Moro, añadió los nombres y edades de los miembros de la familia en tinta marrón. Abajo, Tomás Moro y su familia (1592), obra de Rowland Lockey que sigue el boceto de Hans Holbein.
El rey Enrique VIII se enemistó con Tomás Moro debido a las desavenencias surgidas en torno a la validez de su matrimonio con su esposa Catalina de Aragón que Tomás, como Canciller, apoyaba. Enrique VIII había pedido al papa la concesión de la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón y la negativa de este supuso la ruptura de Inglaterra con la Iglesia de Roma y el nombramiento del rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
El monarca insistió en obtener la nulidad de su matrimonio a fin de poder casarse nuevamente para conseguir su deseo de tener un hijo varón, que Catalina de Aragón no podía ya darle. La nulidad habría borrado la infidelidad y le hubiera permitido un matrimonio válido a los ojos de la Iglesia católica, legitimando los hijos que pudiera tener de su matrimonio con Ana Bolena y todo habría quedado en un asunto intrascendente. Las sucesivas negativas de Tomás Moro a aceptar algunos de los deseos del rey acabaron por provocar el rencor de Enrique VIII. Luego de la ruptura con Roma, y tras negarse Moro a pronunciar el juramento que reconocía a Enrique como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra, el rey lo encarceló en la torre de Londres.
Finalmente el rey, enojado, mandó juzgar a Moro, quien en un juicio sumario fue acusado de alta traición y condenado a muerte (ya había sido condenado a cadena perpetua anteriormente). Otros dirigentes europeos como el papa o el emperador Carlos V, quien veía en él al mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida y se la conmutara por cadena perpetua o destierro, pero no sirvió de nada y fue decapitado en Tower Hill una semana después, el 6 de julio de 1535. Está enterrado en una bóveda subterránea anexa a la capilla de San Pedro ad Vincula, que se encuentra en la torre de Londres.
Mantuvo hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso se dirigió al verdugo en estos términos: I pray you, I pray you, Mr Lieutenant, see me safe up and for my coming down, I can shift for myself («Le ruego, le ruego, señor teniente, que me ayude a subir, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo»). Luego, al arrodillarse dijo: «Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla permítame que la aparte». Finalmente, ya apartando su ironía, se dirigió a los presentes: I die being the King's good servant—but God's first («Muero siendo el buen servidor del rey, pero de Dios primero»).
Moro no fue el único que estuvo en la encrucijada de si debía seguir al rey Enrique VIII o a la Iglesia de Roma. El por entonces recién creado cardenal John Fisher también pasó por el mismo trance; Enrique VIII le mandó el capelo cardenalicio cuando Fisher estaba en prisión, y fue también ejecutado.
Su obra cumbre fue Utopía (1516), en la que aborda problemas sociales de la humanidad, y con la que se ganó el reconocimiento de todos los eruditos de Europa. Uno de sus inspiradores fue su íntimo amigo Erasmo de Róterdam. La redactó durante una de las misiones asignadas por el rey en Amberes.
El resto de sus obras es diverso pero siempre va engarzado por el hilo común del ensalzamiento del idealismo y la condena de la tiranía. Hay retratos de personajes públicos, como la Life of Pico della Mirandola ("Vida de Pico della Mirandola"), en realidad traducción de la autobiografía de este humanista italiano, reivindicador de la primacía de Platón frente a Aristóteles, o como la Historia Richardi Tertii (Historia de Ricardo III), una crítica despiadada (al oblicuo modo de Moro) del tirano que asesinó a su hermano mayor y a los hijos pequeños de Eduardo IV para asumir el máximo poder. Este trabajo se publicó en inglés y en latín, aunque la versión latina es bastante más extensa que la inglesa y fue por ello atribuida erróneamente al cardenal John Morton. Inspiró, sin duda, el Ricardo III de Shakespeare. El personaje resulta, pues, en manos de Moro, un triste antihéroe de la degeneración política, de la tiranía.
Compuso también poemas en lengua inglesa, entre los cuales destacan sus sinceros epicedios al fallecimiento de las reinas inglesas, y diversos epigramas de su juventud (Epigrammata) en los que brilla su pensamiento antiabsolutista.
Para Moro, según Antonio Poch, la raíz de la tiranía se encuentra en la avaricia. La avidez de riquezas y la de poder se alimentan y excitan mutuamente. El rey, si no quiere ser tirano, debe por ello ser el buen custodio del rebaño que las impida:
¿Qué cosa es el buen príncipe? Es el can custodio del rebaño, que ladrando ahuyenta a los lobos. ¿Y qué cosa es el mal príncipe? Precisamente es el lobo / Quid bonus est princeps? Canis est custos gregis... Quid malus? Ipse lupus (Epigramma IX)
El reino es como el cuerpo místico de Cristo del cual el rey es cabeza: todos sus miembros están unidos por el amor y deben socorrerse mutuamente: Populus sese pro rege... quilibet hunc proprie corporis esse caput (Ep. XV). El príncipe bueno dirige a hijos libres, el malo somete a siervos:
Aquellos que el tirano señorea como siervos, el rey los estima como hijos / Servos tyrannus quos regit / rex liberos... putat suos.
Mención importante dentro de su obra merecen los diálogos-tratados que realizó en defensa de la fe tradicional atacando duramente a los reformistas tanto laicos como religiosos. Entre este tipo de obras se encuentran por ejemplo Responsio ad Lutherum ("Respuesta a Lutero"), A Dialogue Concerning Heresies ("Un diálogo sobre la herejía"), The Confutation of Tyndale's Answer ("Refutación de la respuesta de Tyndale") o The Answer to a Poisoned Book ("Respuesta a un libro envenenado").
Obras
Además de escritos en defensa de la Iglesia de Roma, también escribió sobre los aspectos más espirituales de la religión. Así, se encuentran escritos como Treatise on the Passion ("Tratado sobre la Pasión de Cristo"), Treatise on the Blessed Body (Tratado sobre el Cuerpo Santo), Instructions and Prayers o De Tristitia Christi ("La Agonía de Cristo"). Este último manuscrito, redactado de puño y letra de Tomás Moro en la Torre de Londres en el tiempo en que estuvo confinado antes de su decapitación el 6 de julio de 1535, y salvado posteriormente de la confiscación decretada por Enrique VIII, pasó por voluntad de su hija Margaret a manos españolas y a través de fray Pedro de Soto, confesor del emperador Carlos V, tuvo por destino Valencia, patria de Luis Vives, amigo íntimo de Moro. Actualmente se conserva como parte de la colección que pertenece al museo del Real Colegio del Corpus Christi de Valencia.
Otras obras que escribió son las traducciones desde el latín que hizo de algunos diálogos de Luciano de Samosata: El cínico, Menipo, La necromancia y El tiranicida (al que añade una Responsio en que critica acerbamente a los tiranos), así como varias cartas y pequeños textos: Letter to Bugenhagen, Supplication of Souls, Letter Against Frith, The Apology, The Debellation of Salem and Bizance, A Dialogue of Comfort Against Tribulation, Letter to Martin Dorp, Letter to the University of Oxford, Letter to Edward Lee, Letter to a Monk.
Tomás Moro fue beatificado junto a otros 53 mártires (entre ellos John Fisher) por el papa León XIII en 1886, y finalmente proclamado santo por la Iglesia católica el 19 de mayo de 1935 (junto con John Fisher), por el papa Pío XI; y su fiesta se estableció el 9 de julio. Ese día todavía es observado por los católicos tradicionalistas. Luego de una serie de reformas post-Vaticano II, su fiesta fue cambiada y su nombre añadido al santoral católico en 1970 para celebración el 22 de junio junto con John Fisher, el único obispo (debido a las muertes naturales coincidenciales de ocho obispos ancianos) que, durante la Reforma inglesa, mantuvo, por merced del rey, lealtad al papa.
El 31 de octubre de 2000, Juan Pablo II lo proclamó santo patrón de los políticos y los gobernantes, en respuesta a una idea del expresidente de la República Italiana Francesco Cossiga surgida en 1985, y presentada como petición formal el 25 de septiembre de 2000 con el aval de centenares de firmas de jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y políticos.
En 1980, Moro fue añadido al calendario de Santos y Héroes de la Iglesia Cristiana de Inglaterra junto a John Fisher como «mártires de la reforma». 
Entre nosotros Moro se conmemora el 22 de junio junto con John Fischer y los mártires cartujos.

Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Tom%C3%A1s_Moro
https://en.wikipedia.org/wiki/Thomas_More

lunes, 18 de junio de 2018

DOS UTÓPICOS: ERASMO DE ROTTERDAM Y STEFAN ZWEIG


Erasmo de Rotterdam 

(Desiderio Erasmo de Rotterdam; Rotterdam, 1466 - Basilea, 1536) Humanista neerlandés de expresión latina. Clérigo regular de san Agustín (1488) y sacerdote (1492), pero incómodo en la vida religiosa (que veía llena de barbarie y de ignorancia), Erasmo de Rotterdam se dedicó a las letras clásicas y, por su fama de latinista, consiguió dejar el monasterio como secretario del obispo de Cambrai (1493). 

Cursó estudios en París (1495) y, tras dos breves estancias en los Países Bajos (1496 y 1498), decidió llevar vida independiente. En tres ocasiones (1499, 1505-1506 y 1509-1514) visitó Inglaterra, donde trabó amistad con Jane Colet y Tomás Moro, en cuya casa escribió su desenfadado e irónico Elogio de la locura (1511), antes de enseñar teología y griego en Cambridge. 

En París inició, con Adagios (1500), un éxito editorial que prosiguió en 1506 con sus traducciones latinas (de Luciano de Samósata y de Eurípides) y que culminó en Basilea (1515-1517 y 1521-1529) con sus versiones de Plutarco, sus ediciones de Séneca y de San Jerónimo y su gran edición del Nuevo Testamento (1516). Dicha edición, con texto griego anotado y su traducción latina (muy distinta de la Vulgata de San Jerónimo) le dio renombre europeo. 

Si sus primeros diálogos Antibárbaros (1494) veían compatibles devoción y cultura clásica, en el Enquiridión (1504) defendía una audaz reforma religiosa. Fruto de las lecciones que había dado para vivir, sus manuales de conversación latina (1497) son el origen de los Coloquios familiares (1518), de gran difusión y resonancia. Fue la crítica de Lorenzo Valla a la versión de la Vulgata lo que le decidió a dedicarse, algo tardíamente, a las letras sagradas para reconciliar cultura clásica y teología (se doctoró en esta ciencia en Turín en 1508). 

En sus viajes, Erasmo de Rotterdam visitó también Padua, Siena, Roma (1509) y diversas ciudades de Alemania (1514), en cuyos círculos humanísticos fue acogido de forma triunfal. El papa León X le dispensó de tener que vestir el hábito para que viviese en el mundo y fue nombrado consejero del emperador Carlos V, a quien dedicó la Institución del príncipe cristiano (1516). 

Aunque inicialmente no le prestó gran atención, el crecimiento del problema luterano le hizo cada vez más difícil su insistente pretensión de neutralidad. Si en 1517 se había ido a Lovaina, en 1521 hubo de salir de la ciudad y volver a Basilea por lo insostenible de su situación (aun distanciándose claramente de Martín Lutero, insistía en ser no beligerante) y para guardar su independencia. Pero en 1524 lanzó su Disquisición sobre el libre albedrío, con una violenta respuesta de Lutero (Sobre el albedrío esclavo, 1526) y con su correspondiente réplica (Hyperaspistes, 1526). Y, pese a su neutralidad en la pugna de Enrique VIII de Inglaterra con el papa Clemente VII, su Ciceroniano (1527) refleja ya el desengaño de quien ve sus ideales contrariados por los hechos. 

Implantada la Reforma en Basilea (1529), Erasmo dejó la ciudad por la misma razón que había dejado Lovaina y se retiró a Friburgo de Brisgovia. Sobre la buena concordia de la Iglesia (1534) es una obra en la que no parece poner sus ilusiones, y no hizo comentarios sobre la ejecución en Inglaterra de Juan Fisher y Tomás Moro (1535). El mismo año recomendó al papa Paulo III un tono conciliador en el futuro concilio y, desde Basilea (adonde había vuelto y de donde sus achaques no le dejarían salir), rechazó el cardenalato; de poco antes de morir es su obra Sobre la pureza de la Iglesia cristiana (1536). 

Para unos hereje (que preparó el terreno a la Reforma), para otros racionalista solapado u hombre de letras ajeno a la religiosidad (un Voltaire humanista) y para otros gran moralista y lúcido renovador cristiano, Erasmo de Rotterdam quiso unir humanismo clásico y dimensión espiritual, equilibrio pacificador y fidelidad a la Iglesia; condenó toda guerra, reclamó el conocimiento directo de la Escritura, exaltó al laicado y rehusó la pretensión del clero y de las órdenes religiosas de ostentar el monopolio de la virtud.
Erasmo hizo pensar a los sabios de su tiempo, y también, gracias a su lenguaje sencillo y agradable, a la gente común de aquellos años. Pero en los últimos años de su vida, el mundo se había vuelto muy ingrato. Católicos y reformistas se enfrentaban unos contra otros, se mataban, torturaban, quemaban, y además, a veces se peleaban entre sí con tanto odio como si se tratara de los peores enemigos y no de compañeros de religión. Erasmo dijo hacia el final de sus días:
Todos tienen estas palabras en la boca: EVANGELIO — PALABRA DIVINA — FE — CRISTO — ESPÍRITU, pero veo a muchos de ellos comportarse como si estuvieran poseídos por el demonio.
En ese momento de locura universal, donde la razón era asesinada por la pasión y la justicia por la violencia, unos y otros cometían las peores atrocidades en nombre de Dios. Los soldados y cañones reemplazaron a los argumentos. Erasmo pudo saber que en París habían quemado a fuego lento a quien le traducía sus libros. En Inglaterra, sus dos amigos, John Fisher y Tomas Moro, habían caído bajo el hacha del verdugo, y su amigo suizo Zuinglio había sido matado a mazazos en el campo de batalla.
Ya no hay espacio para la libertad de pensamiento, para la comprensión y la tolerancia, es decir, ya no hay espacio para Erasmo.
En sus últimos días sintió que el amor a la humanidad y los ideales humanistas que habían llenado su corazón y su palabra, estaban completamente derrotados.
No nos extraña que Stefan Zweig haya escrito una novela biográfica con Erasmo como protagonista. Él también fue un hombre que sintió que ya no tenía lugar en el mundo.
Nació en Viena en 1881. Pertenecía a una acomodada familia judía. Inició su carrera literaria traduciendo a Charles Baudelaire y a E. Verhaeren.
Ante la I Guerra Mundial, abrazó el pacifismo y estrechó lazos de amistad con Romain Rolland. Se instaló en Salzburgo (1918) y, tras huir de Austria en 1934, se refugió en Londres.  
En 1924 se publicaron sus poesías reunidas, marcadas por el influjo de Rilke y Verhaeren. Compuso obras teatrales, como Tersites (1907), La casa junto al mar (1911), Jeremías (1917) y La oveja del pobre (1939). Escribió asimismo novelas y narraciones: Primera experiencia (1911), Amok (1923), Confusión de sentimientos(1926) -conjunto formado por tres relatos largos, el más conocido de los cuales es Veinticuatro horas de la vida de una mujer, publicado primero en inglés-, Impaciencia del corazón (1938).
Su obra incluye también historias noveladas (Erasmo de Rotterdam, 1934; María Estuardo, 1935; Américo Vespuccio, 1942), y una serie de ensayos históricos y literarios, que constituyen sus obras más populares: Verlaine (1905), Verhaeren(1910), Romain Rolland (1920), Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski)(1920), La lucha contra el demonio (1925) y La curación por el espíritu (1931).
En 1942 la hegemonía alcanzada por las fuerzas hitlerianas en Europa lo sumió en una gran depresión. Sintió que su mundo había desaparecido y decidió quitarse la vida junto con su mujer durante su residencia en el Brasil.

  • Añado un pasaje de su biografía de Erasmo de Rotterdam. El texto, publicado en 1934, me parece muy apropiado para nuestros días.

(…) la historia es injusta con los vencidos. No ama mucho a los hombres mesurados, a los mediadores y reconciliadores, a los hombres de la humanidad. Sus favoritos son los apasionados, los desmedidos, los bárbaros aventureros del espíritu y de la acción: de este modo ha apartado la vista casi despectivamente de este callado servidor de los sentimientos humanitarios. En el cuadro gigantesco de la Reforma, Erasmo se alza en último término. Dramáticamente cumplen los otros su destino, todos aquellos posesos de su genio y de su fe: Hus se asfixia entre las llamas ardientes; Savonarola es amarrado al poste de la hoguera en Florencia; Servet, arrojado al fuego por el fanático Calvino. Cada cual tiene su hora trágica: Thomas Münzer es tenaceado con tenazas de fuego; John Knox, clavado en su propia galera; Lutero, apoyándose ampliamente sobre la tierra alemana, lanza contra el emperador y el Imperio su amenaza de: "No puedo hacer otra cosa". A Thomas Moro y a John Fisher les ponen la cabeza sobre el tajo de los criminales; Zwinglio, acogotado por la maza de armas, yace en la llanura de Cappel: todos ellos figuras inolvidables, intrépidos en su creyente furor, extáticos en sus cuitas, grandes en su destino. Mas detrás de ellos prosigue ardiendo la llama fatal del delirio religioso; los destruidos castillos de la Guerra de los Aldeanos son testigos infamadores de aquel Cristo, mal comprendido, cada cual según su modo, por aquellos fanáticos; las ciudades arruinadas, las granjas saqueadas de la Guerra de los Treinta Años y de la de los Cien Años, estos panoramas apocalípticos claman a los cielos la sinrazón terrena del "no querer ceder". Pero en medio de este tumulto algo detrás de los capitanes de esta guerra eclesiástica, y claramente alejado de todos ellos, nos contempla el fino semblante de Erasmo, levemente sombreado de duelo. No está amarrado a ninguna picota de martirio, su mano no aparece armada con ninguna espada, ninguna ardiente pasión abrasa su semblante. Pero claramente se destaca su mirada, azul, luminosa y tierna, inmortalizada por Holbein, y, a través de todo aquel tumulto de pasiones colectivas se dirige hacia nuestra época, no menos agitada. Una serena resignación sombrea su frente — ¡ay, conoce la eterna stultitia del mundo!—, mientras que una leve y muy delicada sonrisa de confianza se muestra en torno a sus labios. Lo sabe, en su experiencia; es propio del modo de ser de todas las pasiones el llegar a fatigarse. Es destino de todo fanatismo el agotarse a sí mismo. La razón, eterna y serenamente paciente, puede esperar y perseverar. A veces, cuando las otras alborotan, en su ebriedad, tiene que enmudecer y guardar silencio. 

Pero su hora llega, vuelve a llegar siempre.

Fragmento de “ERASMO DE ROTTERDAM, TRIUNFO Y TRAGEDIA” de Stefan Zweig

miércoles, 13 de junio de 2018

lunes, 21 de mayo de 2018

EL GRECO

Domínikos Theotokópoulos, el Greco



Doménikos Theotokópoulos, (Candía, 1 de octubre de 1541- Toledo, 7 de abril de 1614), conocido como el Greco, fue un pintor del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.

Hasta los 26 años vivió en Creta, donde fue un apreciado maestro de iconos en el estilo posbizantino vigente en la isla. Después residió diez años en Italia, donde se transformó en un pintor renacentista, primero en Venecia, asumiendo plenamente el estilo de Tiziano y Tintoretto, y después en Roma, estudiando el manierismo de Miguel Ángel. En 1577 se estableció en Toledo (España), donde vivió y trabajó el resto de su vida.

Su formación pictórica fue compleja, obtenida en tres focos culturales muy distintos: su primera formación bizantina fue la causante de importantes aspectos de su estilo que florecieron en su madurez; la segunda la obtuvo en Venecia de los pintores del alto renacimiento, especialmente de Tiziano, aprendiendo la pintura al óleo y su gama de colores —él siempre se consideró parte de la escuela veneciana—; por último, su estancia en Roma le permitió conocer la obra de Miguel Ángel y el manierismo, que se convirtió en su estilo vital, interpretado de una forma autónoma.​

Su obra se compone de grandes lienzos para retablos de iglesias, numerosos cuadros de devoción para instituciones religiosas, en los que a menudo participó su taller, y un grupo de retratos considerados del máximo nivel. En sus primeras obras maestras españolas se aprecia la influencia de sus maestros italianos. Sin embargo, pronto evolucionó hacia un estilo personal caracterizado por sus figuras manieristas extraordinariamente alargadas con iluminación propia, delgadas, fantasmales, muy expresivas, en ambientes indefinidos y una gama de colores buscando los contrastes. Este estilo se identificó con el espíritu de la Contrarreforma y se fue extremando en sus últimos años.

Actualmente está considerado uno de los artistas más grandes de la civilización occidental.

martes, 24 de abril de 2018

beethoven,kreutzer sonata, francescatti,casadesus

Thomas Merton y la Contemplación


El 10 de diciembre de este año se cumplirán 50 años de la muerte de Thomas Merton (1915-1968). Monje cisterciense, teólogo, poeta y contemplativo. Un hombre alcanzado por el fogoso amor de Dios.
Escribió mucho y nos dejó mucho más porque indicó caminos de búsqueda. Nos lleva con sus palabras hasta La Puerta de Dios: su Hijo, nuestro hermano.
Aquí transcribo un fragmento de su libro "El Hombre Nuevo" sobre la contemplación.


 La contemplación es señal de una vida cristiana plenamente madura. Hace que el creyente deje de ser esclavo o sirviente del Maestro divino, no más el custodio temeroso de una ley difícil, ni siquiera un hijo obediente y sumiso todavía muy joven para intervenir en las decisiones de su Padre. La contemplación es esa sabiduría que convierte al hombre en amigo de Dios, algo que Aristóteles consideraba imposible. Decía: "¿Pues cómo puede ser el hombre amigo de Dios?" La amistad implica igualdad. Precisamente ése es el mensaje del Evangelio:

"No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mí nombre os lo conceda... Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada... Sí permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Juan 15, 15-16, 5, 7).

Si somos hijos de Dios, entonces somos "herederos también", coherederos con nuestro hermano, Cristo. Es heredero quien tiene derecho a las posesiones de su Padre. Quien tenga la plenitud de la vida cristiana ya no es un perro que come migajas bajo la mesa del Padre, sino un hijo que se sienta junto al Padre y comparte su banquete. Precisamente, ésta es la porción del cristiano maduro, pues con la Ascensión de Cristo, como dice san Pablo, "Dios nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Efesios 2, 6).

En nuestras almas, la contemplación es un pregusto de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. En efecto, sin la contemplación, creemos en la posibilidad de esta victoria, y la esperamos.
Pero cuando nuestro amor a Dios estalla en la llama oscura pero luminosa de la vida interior, se nos permite, aunque sea por un instante, experimentar algo de la victoria. Pues en tales momentos, "vida", "realidad" y "Dios" dejan de ser conceptos que pensamos y se convierten en realidades de las que participamos conscientemente. En  la contemplación, conocemos la realidad de Dios de un modo completamente nuevo. Cuando captamos a Dios mediante conceptos, lo vemos como un objeto separado de nosotros, como un ser del que estamos alienados, aunque creamos que él nos ama y que nosotros lo amamos. En la contemplación, esta división desaparece, pues la contemplación trasciende los conceptos y asume a Dios no como un objeto aparte sino como Realidad dentro de nuestra realidad, el Ser dentro de nuestro ser, la Vida de nuestra vida. Para expresar esta realidad debemos usar un lenguaje simbólico y, respetando la distinción metafísica entre el Creador y la criatura, enfatizaremos el vínculo yo-Tú entre el alma y Dios.
Sin embargo, la experiencia de la contemplación es la experiencia de la vida y la presencia de Dios en nosotros, no como objeto sino como la fuente trascendente de nuestra subjetividad. La contemplación es un misterio en el que Dios se revela a nosotros como el centro mismo de nuestro yo más íntimo: intímior intimo meo, como dijo san Agustín. Cuando la verificación de su presencia estalla en nosotros, nuestro yo desaparece en Él y atravesamos místicamente el Mar Rojo de la separación para perdernos (y para encontrar así nuestro yo verdadero) en Él.
La contemplación es la forma más elevada y más paradójica de la conciencia de uno mismo, lograda por medio de una aparente aniquilación del yo.
Por lo tanto, la vida no sólo es conocida, sino vivida. Es vivida y experimentada en su integridad, es decir, en todas las ramificaciones de su actividad espiritual. Todas las potencialidades del alma se expanden con libertad, conocimiento y amor, y todas vuelven a converger, y se reunifican en un acto supremo radiante de paz. En su sentido más elevado, la concreción de esta experiencia de la realidad es existencial. Más todavía: se trata de una comunión.
Es la percepción de nuestra realidad inmersa y. en cierto modo fusionada con la Realidad suprema, el acto infinito del existir que denominamos Dios. Finalmente, es una comunión con Cristo, el Verbo encarnado. No una mera unión personal de las almas con Él, sino una comunión en el gran acto con el que derrotó a la muerte de una vez por todas en su muerte y Resurrección.