Romano Guardini, nació el 17 de febrero
de 1885 en Verona (Italia) y murió el 1 de octubre de 1968 en Munich (Alemania)
a los 83 años. Fue sacerdote católico, teólogo y filósofo de la religión.
Forma parte de la generación de los
grandes teólogos católicos del siglo XX, al lado de Henri de Lubac, Karl Rahner
y Hans Urs von Balthasar. Se debe a él en particular una reflexión profunda
sobre la liturgia y es uno de los protagonistas mayores de la gesta conciliar
del Vaticano II.
La familia de Romano Guardini dejó
Italia en 1886 para trasladarse a Maguncia, donde asiste a los cursos del Liceo a partir de 1903. Estudiante
destacado, comienza sus estudios de química en Tubinga y de economía en Munich y
Berlín, estudios que abandona para ser sacerdote de la diócesis de Maguncia ordenado
por Mons. Georg Heinrich Maria Kirstein.
Estudió teología en Friburgo (Brisgovia)
y en Tubinga. Se doctora en teología en 1915 con un trabajo sobre San
Buenaventura. Trabajó con los movimientos juveniles y obtuvo una cátedra de
filosofía de la religión en 1923 en Berlín. A partir de 1945 enseña en Tubinga,
y luego en Munich desde 1948 hasta su muerte. El papa Paulo VI quiso nombrarlo
cardenal en 1965. Guardini rechazó el nombramiento por modestia.
La universidad de Ludwig-Maximilian
de Munich creó una cátedra de filosofía de la religión con su nombre.
Romano Guardini fue sepultado en
el cementerio de los sacerdotes del Oratorio de San Felipe Neri en la parroquia
de san Lorenzo de Munich. Luego sus restos fueron trasladados a una capilla
de la parroquia de San Luis de Munich.
Guardini fue reconocido por sus obras
sobre la naturaleza de la liturgia y su participación. Entre las principales se
cuentan Vom Geist der Liturgie 1918 (El
espíritu de la liturgia), Von Heiligen
Zeichen 1922-1923 (Los signos sagrados) y
Besinnung vor der Feier der Heiligen Messe 1939 (Reflexión ante la
Celebración de la Santa Misa). El corazón de la teología litúrgica de Guardini era
la asamblea, y la asamblea concreta. Sin
ella la liturgia está vacía.
El texto que sigue está sacado de sus "Meditaciones Teológicas" que Ed. Cristiandad publicó en Madrid en el año 1965.
LA BONDAD
Vamos a considerar una virtud que
fácilmente se queda corta, porque es retraída, poco llamativa, tranquila: esto
es, la bondad. ¡Cuántas veces se habla del amor! A eso invita, pues es grande y
resplandeciente. Pero habría que hablar de él en menos ocasiones: sería mejor
para él, y en cambio hablar más a menudo de lo que tanta falta hace en nuestra dura
época, esto es, de la bondad. La palabra fácilmente desvía a considerar con
cierto menosprecio lo que significa, a entender "bondad" como
mansedumbre, lo cual es cierto que no representa nada especialmente valioso.
Esta es pasividad, que deja acontecer, o pereza, que no quiere conflictos, o
también tontería, a la que se puede persuadir de todo lo posible. La bondad, por
el contrario, es algo fuerte y profundo, pero por eso mismo no es fácil de
determinar.
Intentémoslo: Un hombre bondadoso
es uno que tiene buena intención respecto a la vida, de raíz. Pero ¿se puede
tener mala intención también respecto a la vida? Se puede, realmente, sobre
todo cuando la cuestión no se orienta tanto a acciones visibles como a una disposición
de ánimo que está detrás, y quizá no llega especialmente a la conciencia.
Por ejemplo, un hombre puede ser
dominante respecto a los demás. Aunque diga que quiere lo mejor para ellos, de
lo que trata en realidad es de dominarlos. Quien es así no tiene buena
intención respecto a la vida, pues la ahoga con el apretón del afán de dominio.
De ahí proceden muchas tragedias de familia; de que uno quiera someter a los
demás sea hombre o mujer, hija o hijo. El verdadero bien deja espacio abierto a
quien vive, movimiento libre, mejor dicho, se lo da, se lo produce, pues sólo
ahí prospera.
O produce en el interior de un
hombre un rencor a la vida. Él piensa que ha sufrido una injusticia, que sus
expectaciones se han visto defraudadas, que sus pretensiones no han obtenido
satisfacción. Quizá es así realmente, y debería tratar de obtener lo mejor de
lo que aún es posible: pero no es capaz de pasar por encima del sentimiento de
agravio, y se venga. "Todos son así", dice, porque uno ha sido así;
"no hay justicia", porque considera que no la ha encontrado para sí...
La bondad renuncia porque es generosa y concede libremente a los demás; porque
tiene confianza y deja que la vida vuelva a empezar otra vez constantemente.
Muchas faltas de bondad proceden
de la envidia. Algunos son pobres y ven a los demás con riqueza. En algún
aspecto todos observan que otros tienen lo que a ellos les falta. Si no se
contentan con eso se agrian, envidian a los demás lo que tienen y luego esto se
envenena, haciéndose enemistad contra la vida. La bondad puede prescindir de
sí, puede conceder a otros lo que le falta, quizá incluso disfrutar de ello en
otro. Así cabría decir aún más.
La bondad significa que uno tenga
buena intención respecto a la vida. Donde quiera que se trata con algo vivo, su
primer movimiento no es desconfiar y criticar, sino tener respeto, dejar valer,
ayudar a crecer ¡Cuánta falta hace esta disposición de ánimo en la vida, en la
vida humana, que es tan frágil!
Pero en la bondad también hay
fuerza. Cuanto más pura es, más fuerza, y la bondad perfecta es inagotable. La
vida está llena de dolor; si uno tiene buena intención respecto a la vida,
cuando viene el dolor y es sentido, ello, pese a todo, lo fortalece. La vida
quiere ser comprendida, pero esto fatiga. Requiere ayuda; pero sólo puede
ayudar realmente quien comprende, y quien comprende precisamente este dolor:
quien encuentra las palabras que aquí son necesarias y ve lo que debe ocurrir
para suavizarlo. ¡Ay de la bondad si es débil, por más que tenga buena
intención! Le puede ocurrir que se deshaga sólo en compartir sentimientos o,
por el contrario, que se vuelva violenta para defenderse.
La auténtica bondad implica
paciencia. El dolor vuelve una vez y otra, queriendo ser comprendido: una vez y
otra las faltas del prójimo se hacen perceptibles, y éste se vuelve
insoportable precisamente porque se lo conoce de memoria. Una vez y otra la
bondad debe ofrecerse y aplicarse.
Y algo más forma parte de la
bondad, algo de que sólo se habla raras veces: el humor. Ayuda a sobrellevar con
más facilidad: más aún, sin él no marcha nada en absoluto. Quien mira a los
hombres solamente en serio, sólo en forma moral o pedagógica, a la larga no lo
aguanta. Debe tener ojos para lo peculiar de la existencia. Pues todo lo humano
lleva consigo algo de cómico: cuanto más grandiosamente uno se entrega más
fuerte se hace esto. Pero el humor significa que se tome la naturaleza humana
en serio y que uno se esfuerce por ello, pero de repente se ve qué peculiar es
y uno se ríe, aunque sea sólo por dentro. La risa amistosa por la rareza de
todo lo humano: eso es el humor. Ayuda a ser bondadoso, pues tras la risa la seriedad
vuelve a ser más fácil de aplicar.
Otra cosa final ha de decirse
sobre la bondad: a saber, que es silenciosa. La verdadera bondad no habla mucho:
no se adelanta; no hace ruido con organizaciones y estadísticas: no fotografía
y no analiza. Cuanto más profunda es más silenciosa se vuelve. Es el pan
cotidiano de que se nutre la vida.
Donde desaparece, por mucha
ciencia que haya y política y bienestar, en el fondo, todo sigue frío.
Y ahora hemos de buscar la bondad
allí donde está el origen de toda virtud, en Dios.
El es la bondad por esencia. En
los Salmos, el libro de oración del Antiguo Testamento, se encuentran hermosas cosas
sobre ella. Cosas dignas de crédito, pues el hombre del Antiguo Testamento no
era blando de corazón: no lo habría podido ser con la dura vida que tenía que
llevar Israel era un pueblo pequeño y vivía en una tierra avara: la mitad era
tierra pedregosa. Siempre estaba amenazado, pues en torno acechaban civilizaciones
gigantescas, ricas, repletas de la soberbia y la altanería de lo mitológico, y
hostiles a la pura fe en Dios de la revelación. Si alguien de ese pueblo habla
de la bondad de Dios es una experiencia auténtica. Así, por ejemplo, se dice en
el Salmo 144.
Suave y
bondadoso es el Señor,
lento para la
ira, rico en gracia.
El Señor es
bondadoso para todos los seres,
misericordioso
para todo lo que ha creado.
Si se pudiera ver la bondad de
Dios, ese abismo de buena intención, uno tendría alegría para toda la vida. El
hecho de que haya "mundo" en absoluto ya es un constante efecto de la
bondad de Dios. No lo habría si Él no quisiera. No lo necesitaba Él para sí
mismo, ¿por qué habría de necesitar del mundo el Dios infinito, si el mundo
desaparece ante Él? Cuando Él lo crea y lo mantiene en el Ser es porque Él es
bueno para el mundo.
Pero alguno preguntará: ¿Tiene el
mundo aspecto de que Dios sea bueno para él? La existencia humana, ¿se presenta
como obra de la bondad divina? Quien sea sincero empezará por contestar: i
Cierto que no! Pues constantemente se eleva la pregunta del hombre a Dios: ¿Por
qué todo esto, si Tú eres bueno? La pregunta es comprensible cuando surge de un
corazón apurado, pero en sí es tonta, pues ¿de dónde viene todo lo terrible que
amarga al hombre su existencia? El mismo se lo ha causado.
Cuando se eleva el reproche de
cómo puede ser bueno Dios, más aún, de cómo puede haber en absoluto un Dios, si
todo es como es, quien así lo hace por lo regular pregunta con alguna idea
sobre de dónde viene todo lo malo. Sin embargo, así fue. Dios puso al hombre el
mundo en la mano, para que, de acuerdo con el Creador, edificara esa existencia
que nos muestra el Génesis bajo la imagen del Paraíso. Pero ¡el hombre no
quiso! No quiso construir el Reino de Dios, sino su propio reino. De ahí viene
todo lo enredado, lo inauténtico, lo destructor que hay en la actividad del hombre.
¿Cómo puede ahora levantarse y decir: "Si existieras. Dios, no habrías
creado semejante mundo"? Y el trastorno atraviesa cada vez más la
existencia por medio del hombre: por medio del mismo que eleva la queja.
Pues así es: cada cual de
nosotros hace la vida un poco peor Toda mala palabra que decimos envenena el
aire. Toda mentira, toda violencia penetra en la existencia y produce más honda
confusión. Los hombres mismos somos quienes hemos convertido la vida en lo que
es, de modo que no es honrado que luego nos levantemos a decir que Dios no puede
ser bueno, si todo va así. Sólo podemos decir: "Señor, dame paciencia para
sobrellevar lo que hemos producido, para hacer también lo mío, de modo que haya
mejoría donde estoy." Esa es la única respuesta honrada.
Pero se podría objetar aún algo
más, preguntando cómo puede ser bueno Dios si en el reino de esos seres que no
pueden ser malos, o sea los animales, hay tan innumerables dolores. Muchos
hombres melancólicos no han sabido superar esta cuestión. ¿Cómo puede estar la
bondad de Dios sobre el mundo, si la creación inocente padece constantemente
cosas tan terribles? Seré sincero: no conozco respuesta. Pero me ha ayudado una
idea que quizá también pueda ayudar a otros, esto es, la consideración de qué
significa "bondad" cuando es Dios de quien se dice. Tenemos derecho
—y también obligación— de formar conceptos, a partir del reflejo de la esencia
de Dios en las cosas y en nuestra propia vida, con los cuales intentamos captar
cómo es El. Así podemos decir: Dios es justo. Dios tiene paciencia, Dios es
bondadoso, y así sucesivamente todas las importantes expresiones con que
referimos lo grande y lo hermoso de la Creación —purificado de imperfección— a
Aquel que la creó. Pero si consideramos con más exactitud: ¿Qué indica, por
ejemplo, la expresión de que Dios es justo? Lo que significa la palabra "justo"
cuando se refiere a una persona lo sabemos, pues somos seres finitos, y por
tanto captables con conceptos finitos; pero ¿y si lo referimos a Dios, que está
más allá de toda medida y concepto? A nuestro pensar y decir sobre Dios le pasa
eso: Todo lo que existe de modo finito recibe de El su estructura esencial. Por
eso nosotros tomamos una de las cualidades de ese ser, la captamos en la
palabra, la presentamos a Dios y decimos: Así es Él, sólo que de modo
completamente perfecto, como modelo de esta imitación finita. Pero ahí,
conscientemente, la palabra queda absorbida por el abismo de Dios, y no podemos
hacer otra cosa que entender su "sobregrandeza" Igual ocurre aquí. Por
ejemplo, si digo de una madre que es bondadosa, que la familia entera recibe
vida de su bondad, entonces sé lo que quieren decir esas palabras, y no se puede
atribuir nada mejor a una persona. Pero ¿y si digo: Dios es bueno? Para
empezar, sé lo que quiero decir, pero luego el misterio se apodera de la
palabra y me la arrebata. Sin embargo, permanece una orientación de sentido,
como un camino resplandeciente trazado por un meteoro cuando desaparece en la inconmensurabilidad
del espacio cósmico. Queda un silencio que percibe esa orientación: un respeto
que se estremece ante el misterio: y todo se vuelve adoración.
Y eso, a su vez, para nuestra
pregunta, significa: Dios también es bueno donde no comprendemos su bondad.
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