lunes, 14 de agosto de 2017

ROMANO GUARDINI - LA BONDAD


Romano Guardini, nació el 17 de febrero de 1885 en Verona (Italia) y murió el 1 de octubre de 1968 en Munich (Alemania) a los 83 años. Fue sacerdote católico, teólogo y filósofo de la religión.

Forma parte de la generación de los grandes teólogos católicos del siglo XX, al lado de Henri de Lubac, Karl Rahner y Hans Urs von Balthasar. Se debe a él en particular una reflexión profunda sobre la liturgia y es uno de los protagonistas mayores de la gesta conciliar del Vaticano II.

La familia de Romano Guardini dejó Italia en 1886 para trasladarse a Maguncia, donde asiste  a los cursos del Liceo a partir de 1903. Estudiante destacado, comienza sus estudios de química en Tubinga y de economía en Munich y Berlín, estudios que abandona para ser sacerdote de la diócesis de Maguncia ordenado por Mons. Georg Heinrich Maria Kirstein.
Estudió teología en Friburgo (Brisgovia) y en Tubinga. Se doctora en teología en 1915 con un trabajo sobre San Buenaventura. Trabajó con los movimientos juveniles y obtuvo una cátedra de filosofía de la religión en 1923 en Berlín. A partir de 1945 enseña en Tubinga, y luego en Munich desde 1948 hasta su muerte. El papa Paulo VI quiso nombrarlo cardenal en 1965. Guardini rechazó el nombramiento por modestia.
La universidad de Ludwig-Maximilian de Munich creó una cátedra de filosofía de la religión con su nombre.
Romano Guardini fue sepultado en el cementerio de los sacerdotes del Oratorio de San Felipe Neri en la parroquia de san Lorenzo de Munich. Luego sus restos fueron trasladados a una capilla de la parroquia de San Luis de Munich.


Guardini fue reconocido por sus obras sobre la naturaleza de la liturgia y su participación. Entre las principales se cuentan Vom Geist der Liturgie 1918 (El espíritu de la liturgia), Von Heiligen Zeichen 1922-1923 (Los signos sagrados) y Besinnung vor der Feier der Heiligen Messe 1939 (Reflexión ante la Celebración de la Santa Misa). El corazón de la teología litúrgica de Guardini era la asamblea, y  la asamblea concreta. Sin ella la liturgia está vacía.

El texto que sigue está sacado de sus "Meditaciones Teológicas" que Ed. Cristiandad publicó en Madrid en el año 1965.

LA BONDAD

Vamos a considerar una virtud que fácilmente se queda corta, porque es retraída, poco llamativa, tranquila: esto es, la bondad. ¡Cuántas veces se habla del amor! A eso invita, pues es grande y resplandeciente. Pero habría que hablar de él en menos ocasiones: sería mejor para él, y en cambio hablar más a menudo de lo que tanta falta hace en nuestra dura época, esto es, de la bondad. La palabra fácilmente desvía a considerar con cierto menosprecio lo que significa, a entender "bondad" como mansedumbre, lo cual es cierto que no representa nada especialmente valioso. Esta es pasividad, que deja acontecer, o pereza, que no quiere conflictos, o también tontería, a la que se puede persuadir de todo lo posible. La bondad, por el contrario, es algo fuerte y profundo, pero por eso mismo no es fácil de determinar.
Intentémoslo: Un hombre bondadoso es uno que tiene buena intención respecto a la vida, de raíz. Pero ¿se puede tener mala intención también respecto a la vida? Se puede, realmente, sobre todo cuando la cuestión no se orienta tanto a acciones visibles como a una disposición de ánimo que está detrás, y quizá no llega especialmente a la conciencia.
Por ejemplo, un hombre puede ser dominante respecto a los demás. Aunque diga que quiere lo mejor para ellos, de lo que trata en realidad es de dominarlos. Quien es así no tiene buena intención respecto a la vida, pues la ahoga con el apretón del afán de dominio. De ahí proceden muchas tragedias de familia; de que uno quiera someter a los demás sea hombre o mujer, hija o hijo. El verdadero bien deja espacio abierto a quien vive, movimiento libre, mejor dicho, se lo da, se lo produce, pues sólo ahí prospera.
O produce en el interior de un hombre un rencor a la vida. Él piensa que ha sufrido una injusticia, que sus expectaciones se han visto defraudadas, que sus pretensiones no han obtenido satisfacción. Quizá es así realmente, y debería tratar de obtener lo mejor de lo que aún es posible: pero no es capaz de pasar por encima del sentimiento de agravio, y se venga. "Todos son así", dice, porque uno ha sido así; "no hay justicia", porque considera que no la ha encontrado para sí... La bondad renuncia porque es generosa y concede libremente a los demás; porque tiene confianza y deja que la vida vuelva a empezar otra vez constantemente.
Muchas faltas de bondad proceden de la envidia. Algunos son pobres y ven a los demás con riqueza. En algún aspecto todos observan que otros tienen lo que a ellos les falta. Si no se contentan con eso se agrian, envidian a los demás lo que tienen y luego esto se envenena, haciéndose enemistad contra la vida. La bondad puede prescindir de sí, puede conceder a otros lo que le falta, quizá incluso disfrutar de ello en otro. Así cabría decir aún más.
La bondad significa que uno tenga buena intención respecto a la vida. Donde quiera que se trata con algo vivo, su primer movimiento no es desconfiar y criticar, sino tener respeto, dejar valer, ayudar a crecer ¡Cuánta falta hace esta disposición de ánimo en la vida, en la vida humana, que es tan frágil!
Pero en la bondad también hay fuerza. Cuanto más pura es, más fuerza, y la bondad perfecta es inagotable. La vida está llena de dolor; si uno tiene buena intención respecto a la vida, cuando viene el dolor y es sentido, ello, pese a todo, lo fortalece. La vida quiere ser comprendida, pero esto fatiga. Requiere ayuda; pero sólo puede ayudar realmente quien comprende, y quien comprende precisamente este dolor: quien encuentra las palabras que aquí son necesarias y ve lo que debe ocurrir para suavizarlo. ¡Ay de la bondad si es débil, por más que tenga buena intención! Le puede ocurrir que se deshaga sólo en compartir sentimientos o, por el contrario, que se vuelva violenta para defenderse.
La auténtica bondad implica paciencia. El dolor vuelve una vez y otra, queriendo ser comprendido: una vez y otra las faltas del prójimo se hacen perceptibles, y éste se vuelve insoportable precisamente porque se lo conoce de memoria. Una vez y otra la bondad debe ofrecerse y aplicarse.
Y algo más forma parte de la bondad, algo de que sólo se habla raras veces: el humor. Ayuda a sobrellevar con más facilidad: más aún, sin él no marcha nada en absoluto. Quien mira a los hombres solamente en serio, sólo en forma moral o pedagógica, a la larga no lo aguanta. Debe tener ojos para lo peculiar de la existencia. Pues todo lo humano lleva consigo algo de cómico: cuanto más grandiosamente uno se entrega más fuerte se hace esto. Pero el humor significa que se tome la naturaleza humana en serio y que uno se esfuerce por ello, pero de repente se ve qué peculiar es y uno se ríe, aunque sea sólo por dentro. La risa amistosa por la rareza de todo lo humano: eso es el humor. Ayuda a ser bondadoso, pues tras la risa la seriedad vuelve a ser más fácil de aplicar.
Otra cosa final ha de decirse sobre la bondad: a saber, que es silenciosa. La verdadera bondad no habla mucho: no se adelanta; no hace ruido con organizaciones y estadísticas: no fotografía y no analiza. Cuanto más profunda es más silenciosa se vuelve. Es el pan cotidiano de que se nutre la vida.
Donde desaparece, por mucha ciencia que haya y política y bienestar, en el fondo, todo sigue frío.
Y ahora hemos de buscar la bondad allí donde está el origen de toda virtud, en Dios.
El es la bondad por esencia. En los Salmos, el libro de oración del Antiguo Testamento, se encuentran hermosas cosas sobre ella. Cosas dignas de crédito, pues el hombre del Antiguo Testamento no era blando de corazón: no lo habría podido ser con la dura vida que tenía que llevar Israel era un pueblo pequeño y vivía en una tierra avara: la mitad era tierra pedregosa. Siempre estaba amenazado, pues en torno acechaban civilizaciones gigantescas, ricas, repletas de la soberbia y la altanería de lo mitológico, y hostiles a la pura fe en Dios de la revelación. Si alguien de ese pueblo habla de la bondad de Dios es una experiencia auténtica. Así, por ejemplo, se dice en el Salmo 144.

Suave y bondadoso es el Señor,
lento para la ira, rico en gracia.
El Señor es bondadoso para todos los seres,
misericordioso para todo lo que ha creado.

Si se pudiera ver la bondad de Dios, ese abismo de buena intención, uno tendría alegría para toda la vida. El hecho de que haya "mundo" en absoluto ya es un constante efecto de la bondad de Dios. No lo habría si Él no quisiera. No lo necesitaba Él para sí mismo, ¿por qué habría de necesitar del mundo el Dios infinito, si el mundo desaparece ante Él? Cuando Él lo crea y lo mantiene en el Ser es porque Él es bueno para el mundo.
Pero alguno preguntará: ¿Tiene el mundo aspecto de que Dios sea bueno para él? La existencia humana, ¿se presenta como obra de la bondad divina? Quien sea sincero empezará por contestar: i Cierto que no! Pues constantemente se eleva la pregunta del hombre a Dios: ¿Por qué todo esto, si Tú eres bueno? La pregunta es comprensible cuando surge de un corazón apurado, pero en sí es tonta, pues ¿de dónde viene todo lo terrible que amarga al hombre su existencia? El mismo se lo ha causado.
Cuando se eleva el reproche de cómo puede ser bueno Dios, más aún, de cómo puede haber en absoluto un Dios, si todo es como es, quien así lo hace por lo regular pregunta con alguna idea sobre de dónde viene todo lo malo. Sin embargo, así fue. Dios puso al hombre el mundo en la mano, para que, de acuerdo con el Creador, edificara esa existencia que nos muestra el Génesis bajo la imagen del Paraíso. Pero ¡el hombre no quiso! No quiso construir el Reino de Dios, sino su propio reino. De ahí viene todo lo enredado, lo inauténtico, lo destructor que hay en la actividad del hombre. ¿Cómo puede ahora levantarse y decir: "Si existieras. Dios, no habrías creado semejante mundo"? Y el trastorno atraviesa cada vez más la existencia por medio del hombre: por medio del mismo que eleva la queja.
Pues así es: cada cual de nosotros hace la vida un poco peor Toda mala palabra que decimos envenena el aire. Toda mentira, toda violencia penetra en la existencia y produce más honda confusión. Los hombres mismos somos quienes hemos convertido la vida en lo que es, de modo que no es honrado que luego nos levantemos a decir que Dios no puede ser bueno, si todo va así. Sólo podemos decir: "Señor, dame paciencia para sobrellevar lo que hemos producido, para hacer también lo mío, de modo que haya mejoría donde estoy." Esa es la única respuesta honrada.
Pero se podría objetar aún algo más, preguntando cómo puede ser bueno Dios si en el reino de esos seres que no pueden ser malos, o sea los animales, hay tan innumerables dolores. Muchos hombres melancólicos no han sabido superar esta cuestión. ¿Cómo puede estar la bondad de Dios sobre el mundo, si la creación inocente padece constantemente cosas tan terribles? Seré sincero: no conozco respuesta. Pero me ha ayudado una idea que quizá también pueda ayudar a otros, esto es, la consideración de qué significa "bondad" cuando es Dios de quien se dice. Tenemos derecho —y también obligación— de formar conceptos, a partir del reflejo de la esencia de Dios en las cosas y en nuestra propia vida, con los cuales intentamos captar cómo es El. Así podemos decir: Dios es justo. Dios tiene paciencia, Dios es bondadoso, y así sucesivamente todas las importantes expresiones con que referimos lo grande y lo hermoso de la Creación —purificado de imperfección— a Aquel que la creó. Pero si consideramos con más exactitud: ¿Qué indica, por ejemplo, la expresión de que Dios es justo? Lo que significa la palabra "justo" cuando se refiere a una persona lo sabemos, pues somos seres finitos, y por tanto captables con conceptos finitos; pero ¿y si lo referimos a Dios, que está más allá de toda medida y concepto? A nuestro pensar y decir sobre Dios le pasa eso: Todo lo que existe de modo finito recibe de El su estructura esencial. Por eso nosotros tomamos una de las cualidades de ese ser, la captamos en la palabra, la presentamos a Dios y decimos: Así es Él, sólo que de modo completamente perfecto, como modelo de esta imitación finita. Pero ahí, conscientemente, la palabra queda absorbida por el abismo de Dios, y no podemos hacer otra cosa que entender su "sobregrandeza" Igual ocurre aquí. Por ejemplo, si digo de una madre que es bondadosa, que la familia entera recibe vida de su bondad, entonces sé lo que quieren decir esas palabras, y no se puede atribuir nada mejor a una persona. Pero ¿y si digo: Dios es bueno? Para empezar, sé lo que quiero decir, pero luego el misterio se apodera de la palabra y me la arrebata. Sin embargo, permanece una orientación de sentido, como un camino resplandeciente trazado por un meteoro cuando desaparece en la inconmensurabilidad del espacio cósmico. Queda un silencio que percibe esa orientación: un respeto que se estremece ante el misterio: y todo se vuelve adoración.
Y eso, a su vez, para nuestra pregunta, significa: Dios también es bueno donde no comprendemos su bondad.


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