Esto escribía Héctor
D. Mandrioni a modo de prólogo a la segunda edición de su libro “La Vocación
del Hombre”.
Tras agradecer a los
lectores y a la prensa por el éxito de la primera edición decía:
Tal vez sea este un testimonio más de la vigencia entre
nosotros de aquella manera de pensar y sentir que aún cultiva el respeto, la
veneración y el pudor ante el misterio de las cosas y de las personas. Solo a
partir de este modo de pensar y sentir puede prosperar “aquello” capaz de
salvar en esta hora, en la que la humanidad entra, cada vez con un paso más
acelerado, en la zona del peligro. La región del peligro no es tanto el espacio
donde es posible la catástrofe atómica, cuanto aquella región donde solo impera
el pensar exclusivamente calculador.
La Vocación del hombre seguirá manteniendo un sentido,
en la medida que se guarde la distancia esencial que media entre el “encuentro
específicamente humano” y el simple choque de las ratas con los estímulos
eléctricos en el “laberinto”. Mientras el hombre se interprete a sí mismo sobre
la base de los modelos mecánicos de la cibernética y de los esquemas “miomórficos”
del comportamiento animal, será absorbido, individual y colectivamente, por las
potencias oscuras.
Conocimiento reflexivo y meditativo, ideal de vida,
encuentro intersubjetivo personal, valores y autodecisión, solo cobran sentido
desde la interioridad espiritual. La fascinación exclusiva y unilateral de lo
mecánico, la cifra o número operativo convertido en el “logos” de la actual
voluntad de poder, y el intento de querer crear un destino historial sobre la
base de una hegemonía del lenguaje científico-técnico, constituyen, hoy, la
dimensión más peligrosa de la humanidad.
Pero, por singular paradoja, el camino que arrastra a
la zona de peligro, tal vez, favorezca el surgir y prosperar de aquello que
salva. La misión de ser hombre implica esta especial aventura: poder sacar de
su choque contra la adusta roca del peligro un nuevo ascenso en su ser. Así lo
expresan estas palabras de Hölderlin:
“La ola de la vida no
rompería tan alto en espuma
convirtiéndose en
espíritu,
si no se le opusiese
la vieja y sorda
roca del destino”
Villa Malcolm, agosto
8 de 1967.
Monseñor
Doctor Héctor Délfor Mandrioni nació en la localidad bonaerense de Roque Pérez
el 13 de febrero de 1920.
Fue
ordenado sacerdote el 6 de diciembre de 1942. Su ministerio sacerdotal se
inició en la parroquia del Tránsito de la Santísima Virgen, en el barrio
porteño de Balvanera, como vicario cooperador de 1942 a 1947. Desde este último
año hasta su fallecimiento, se desempeñó como capellán de las Hermanas de San
José (Gurruchaga 1040) donde tenía su domicilio.
Pensador
y filósofo se doctoró en la Universidad Nacional de La Plata y amplió y
profundizó sus estudios en las universidades de Munich, Tübingen, Heidelberg y
Freiburg.
Dictó
cátedra en distintas universidades y profesorados argentinos. Miembro de la
Sociedad Argentina de Fenomenología y Hermenéutica, se desempeñó como evaluador
del CONICET en la Comisión Asesora de Filosofía, Pedagogía y Psicología.
Miembro honorario del Instituto de Filosofía de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Lomas de Zamora, y profesor de la Pontificia Universidad
Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires”. Fue fundador, junto con
Bernhard Welte, del programa de cooperación intercultural Stipendienwerk Lateinamerika-Deutschland, que actualmente dirige el
profesor Peter Hünerman.
Autor
de numerosos libros, entre otros: Introducción
a la Filosofía, Max Scheler. El concepto de “Espíritu” en la antropología scheleriana. Hombre y Poesía. La vocación del hombre. Rilke
y la búsqueda del fundamento. Sobre
el amor y el poder. Filosofía y
Política. Pensar la técnica.
En
ocasión de la celebración de sus 80 años, fue editado un libro de homenaje
titulado “Pensamiento, poesía y celebración” y a comienzos de 1991 se había
publicado “Vigencia del filosofar”, que reunía el aporte de 28 colaboradores,
más un artículo escrito por el mismo homenajeado.
Es de destacar su vinculación y trabajo
conjunto con personalidades como Stanislas Breton y Paul Ricoeur. También, la
correspondencia mantenida con Paul Claudel a raíz de su libro “El significado
de la Anunciación a María”.
El 8 de marzo de 1991 el Santo Padre Juan
Pablo II lo distinguió con el título pontificio de Prelado de Honor de Su
Santidad.
Falleció en Buenos
Aires el 2 de febrero de 2010.
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