viernes, 23 de junio de 2017

RECORDANDO A FRITZ KREISLER

FRITZ KREISLER
(1875-1962)

El rey de los violinistas

No existe en la historia un violinista tan querido y admirado por su público y sus pares como Fritz Kreisler.
Durante más de cincuenta años, el que fue llamado “el rey de los violinistas”, en efecto, gozó de una popularidad sin igual y su nombre sigue siendo hoy sinónimo de encanto y nobleza. Kreisler fue un innovador en materia de sonoridad y de expresión, enriqueció el repertorio con innumerables composiciones y arreglos, y fue también el único, entre los grandes violinistas nacidos en el siglo XX, cuya carrera no tuvo que sufrir el «fenómeno Heifetz».
Friedrich-Max Kreisler nació en Viena el 2 de febrero de 1875. Su padre le enseñó los primeros rudimentos de violín cuando tenía cuatro años. A los siete, el joven Fritz entró al conservatorio de Viena, donde estudió violín con Joseph Hellmesberger Jr, armonía con Anton Bruckner, y también piano. Admitido a los diez años en el conservatorio de París en la clase de Lambert Massart, sale de allí dos años después con un primer premio otorgado unánimemente y no vuelve a recibir ninguna otra enseñanza musical. De regreso a Viena tras una gira por Norteamérica, abandona por algún tiempo el violín, regresa al liceo y emprende estudios de medicina. Tras su servicio militar, se decide finalmente a hacer una carrera musical y trabaja duramente para recuperar su brillante técnica. Es en esta época que compone su célebre cadenza para el Concierto de Beethoven. Intenta entrar a la Orquesta de la Ópera de Viena, pero Arnold Rosé, arguyendo que no lee bastante bien las partituras, le niega el acceso.

El comienzo de la gloria

En 1899, fue invitado por el director Arthur Nikisch a interpretar el Concierto de Mendelssohn con la Filarmónica de Berlín. Apenas concluyó el finale, Eugène Ysaÿe, se puso de pié para aplaudirlo lleno de entusiasmo. Fue el comienzo de la gloria. Se presentó ejecutando sonatas con el pianista Harold Bauer, tríos con Josef Hofmann y Jean Gérardy, e incluso en dúo con el famoso tenor John McCormack. Apasionado por el juego, frívolo e insaciable seductor, será Harriet Lies, su mujer desde 1902, quien ponga orden en su vida y lo ayude a asumir las obligaciones de una carrera internacional. Desde entonces el público reconocerá en él a una especie de artista supremo y al comienzo de la Primera Guerra mundial sus grabaciones se multiplican, sus sabrosas miniaturas adquieren una popularidad universal, al mismo tiempo que sus interpretaciones de las grandes obras maestras del repertorio se convierten en modelos de elegancia. Elgar le dedica su Concierto para violín que Kreisler estrena en 1910 en Londres.
Su popularidad fue tal que llegó a superar en los Estados Unidos a la de Mischa Elman, su principal rival en esa época.
La guerra interrumpe su carrera y regresa a Viena donde es reclutado y enviado luego al frente ruso. Allí es herido y, una vez recuperado, regresa a New York en noviembre de 1914. En 1915 publicará un relato sobre esas semanas en las trincheras. En razón de su nacionalidad austríaca, su carrera conoce dificultades y algunas grandes salas norteamericanas se niegan a invitarlo. Sin embargo, finalmente recupera su popularidad de antes, habiendo aprovechado ese tiempo para escribir su único cuarteto para cuerdas (1919).
Entre las dos guerras, forma un dúo con Sergei Rachmaninov, inmortalizado por tres grabaciones de sonatas de Beethoven, Grieg y Schubert en 1928. Se cuenta una anécdota sucedida durante uno de sus recitales neoyorquinos: Kreisler, a quien no le gustaba mucho ensayar y tocaba de memoria, sintiéndose perdido, se acercó discretamente al piano y susurró a su compañero: «¿Dónde estamos?» Y Rachmaninov le respondió imperturbable: «En el Carnegie Hall!» Echado por el nazismo, dejó Berlín en 1938, para refugiarse en Francia primero para exiliarse después, definitivamente, en los Estados Unidos desde 1939. En 1941, fue atropellado por un camión, pero llegó a retomar su carrera al año siguiente. Adquirió la nacionalidad norteamericana en 1943. En 1947 ofreció su último concierto público. El 29 de enero de 1962, murió en New York pocos días antes de cumplir 87 años.

Último eslabón de una tradición

Kreisler fue el último de los compositores violonistas, último eslabón de una tradición que se remontaba a Corelli y Vivaldi pasando por Spohr, Kreutzer, Paganini, Vieuxtemps, Wieniawski, Joachim, Ernst o Sarasate. Dejó cientos de piezas originales, transcripciones o arreglos, cadenzas para los Conciertos de Brahms, de Beethoven y de Mozart, un cuarteto de cuerdas (1919), muchas canciones, dos operetas – Apple Blossoms (1919), y Sissy (1932) conocida más tarde en su versión cinematográfica con el nombre de The King Steps Out dirigida por Josef von Sternberg.

El encanto en estado puro

Cada aparición de Kreisler tenía algo de mágico. Dotado de un humor delicioso y de un encanto irresistible, su nobleza natural atrapaba a su auditorio, porque su estilo no tenía nunca nada de afectado o pomposo. Detestaba trabajar, y se dice que ni siquiera se tomaba el tiempo de entrar en calor antes de subir al escenario. La espontaneidad, la comodidad y la relajación eran los rasgos dominantes de su ejecución. Su sonoridad refinada pero viril, nunca afectada, tenía algo de encantador, así como su vibrato cuya amplitud y velocidad sabía matizar como nadie. Fue además el primer violinista de renombre que usó un vibrato permanente, lo que daba a sus frases un sabor completamente diferente del de los demás violinistas de la época. Sus portamentos tan sutiles tenían un poder de seducción inaudito. Poseía además un arte innato del rubato, gracias al que sus libertades rítmicas no alteraban jamás el curso espiritual de la música. Bajo sus dedos, cada nota adquiría una sensualidad única, hecha de pura belleza, de bondad y de alegría de vivir. No tenía otro objetivo que agradar, y para eso su talento era celestial. Su discografía[1] compuesta de casi 200 obras incluye una gran número de arreglos propios y de sus famosos “pastiches”, escritos «en el estilo» de compositores de los siglos XVII y XVIII, que le significaron algunos encontronazos con los críticos musicales de los años 30.
Fue uno de esos raros intérpretes tocados por la gracia, sobre los que el tiempo pareciera no tener ninguna prisa.



SUS VIOLINES
Guarneri del Gesù (1733) hoy conservado en la Library of Congress de Washington, D.C.
Guarneri del Gesù (1735).
Guarneri del Gesù (1740) el «Tigre» que perteneció después a Benno Rabinoff.
J. B. Vuillaume (1845) que prestó a Joseph Hassid, propiedad hoy de Yong-Uck Kim.
Stradivarius (1726) «Greville».
Stradivarius (1733) el «Kreisler» que perteneció también a Bronisław Huberman y a Johanna Martzy.
Stradivarius (1711) el «Earl of Plymouth» pertenece hoy a la Filarmónica de Los Ángeles.
Stradivarius (1727) el «Hart» fue después de Zino Francescatti y de Salvatore Accardo.
Stradivarius (1732) el «Baillot» que perteneció a Pierre Baillot y a Eugène Sauzay.
Stradivarius (1734) el «Lord Amherst of Hackney» con el que también tocaron May Harrison et Benno Rabinoff.
Pietro Guarneri de Mantoue (1707) adquirido en 1967 por Earl Carlyss (segundo violín del Cuarteto Juilliard).
Carlo Bergonzi que parteneció más tarde a Itzhak Perlman.
Alessandro Gagliano.
Giovanni Grancino.
Gand et Bernadel.
Daniel Parker (1720).

Otras Obras
Four Weeks in the Trenches. The War Story of a Violinist (Cuatro semanas en las trincheras. Historias de guerra de un violinista), Boston and New York, Houghton Miffl in Company, 1915.


Fuente: JEAN-MICHEL MOLKHOU - LES GRANDS VIOLONISTES
DU XXe SIECLE - Cap. 1 
Trad. FG.

[1] Una discografía establecida por el autor fue publicada en la revista The Strad en marzo de 1999 (no 1307).

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