FRITZ KREISLER
(1875-1962)
El rey de los violinistas
No existe en la historia
un violinista tan querido y admirado por su público y sus pares como Fritz
Kreisler.
Durante más de cincuenta
años, el que fue llamado “el rey de los violinistas”, en efecto, gozó de una
popularidad sin igual y su nombre sigue siendo hoy sinónimo de encanto y
nobleza. Kreisler fue un innovador en materia de sonoridad y de expresión, enriqueció
el repertorio con innumerables composiciones y arreglos, y fue también el único,
entre los grandes violinistas nacidos en el siglo XX, cuya carrera no tuvo que
sufrir el «fenómeno Heifetz».
Friedrich-Max Kreisler nació
en Viena el 2 de febrero de 1875. Su padre le enseñó los primeros rudimentos de
violín cuando tenía cuatro años. A los siete, el joven Fritz entró al conservatorio
de Viena, donde estudió violín con Joseph Hellmesberger Jr, armonía con Anton
Bruckner, y también piano. Admitido a los diez años en el conservatorio de París
en la clase de Lambert Massart, sale de allí dos años después con un primer
premio otorgado unánimemente y no vuelve a recibir ninguna otra enseñanza
musical. De regreso a Viena tras una gira por Norteamérica, abandona por algún
tiempo el violín, regresa al liceo y emprende estudios de
medicina. Tras su servicio militar, se decide finalmente a hacer una carrera
musical y trabaja duramente para recuperar su brillante técnica. Es en esta
época que compone su célebre cadenza
para el Concierto de Beethoven. Intenta entrar a la Orquesta de la Ópera de
Viena, pero Arnold Rosé, arguyendo que no lee bastante bien las partituras, le niega
el acceso.
El comienzo de la gloria
En 1899, fue invitado por el director Arthur Nikisch a interpretar el Concierto
de Mendelssohn con la Filarmónica de Berlín. Apenas concluyó el finale, Eugène
Ysaÿe, se puso de pié para aplaudirlo lleno de entusiasmo. Fue el comienzo de
la gloria. Se presentó ejecutando sonatas con el pianista Harold Bauer, tríos con
Josef Hofmann y Jean Gérardy, e incluso en dúo con el famoso tenor John
McCormack. Apasionado por el juego, frívolo e insaciable seductor, será Harriet
Lies, su mujer desde 1902, quien ponga orden en su vida y lo ayude a asumir las
obligaciones de una carrera internacional. Desde entonces el público reconocerá
en él a una especie de artista supremo y al comienzo de la Primera Guerra mundial
sus grabaciones se multiplican, sus sabrosas miniaturas adquieren una popularidad
universal, al mismo tiempo que sus interpretaciones de las grandes obras
maestras del repertorio se convierten en modelos de elegancia. Elgar le dedica
su Concierto para violín que Kreisler estrena en 1910 en Londres.
Su popularidad fue tal que llegó a superar en los Estados Unidos a la de
Mischa Elman, su principal rival en esa época.
La guerra interrumpe su carrera y regresa a Viena donde es reclutado y
enviado luego al frente ruso. Allí es herido y, una vez recuperado, regresa a
New York en noviembre de 1914. En 1915 publicará un relato sobre esas semanas
en las trincheras. En razón de su nacionalidad austríaca, su carrera conoce
dificultades y algunas grandes salas norteamericanas se niegan a invitarlo. Sin
embargo, finalmente recupera su popularidad de antes, habiendo aprovechado ese
tiempo para escribir su único cuarteto para cuerdas (1919).
Entre las dos guerras, forma un dúo con Sergei Rachmaninov, inmortalizado
por tres grabaciones de sonatas de Beethoven, Grieg y Schubert en 1928. Se cuenta
una anécdota sucedida durante uno de sus recitales neoyorquinos: Kreisler, a quien
no le gustaba mucho ensayar y tocaba de memoria, sintiéndose perdido, se acercó
discretamente al piano y susurró a su compañero: «¿Dónde estamos?» Y
Rachmaninov le respondió imperturbable: «En el Carnegie Hall!» Echado por el
nazismo, dejó Berlín en 1938, para refugiarse en Francia primero para exiliarse
después, definitivamente, en los Estados Unidos desde 1939. En 1941, fue
atropellado por un camión, pero llegó a retomar su carrera al año siguiente. Adquirió
la nacionalidad norteamericana en 1943. En 1947 ofreció su último concierto público.
El 29 de enero de 1962, murió en New York pocos días antes de cumplir 87 años.
Último eslabón de una tradición
Kreisler fue el último de los compositores violonistas, último eslabón
de una tradición que se remontaba a Corelli y Vivaldi pasando por Spohr,
Kreutzer, Paganini, Vieuxtemps, Wieniawski, Joachim, Ernst o Sarasate. Dejó cientos
de piezas originales, transcripciones o arreglos, cadenzas para los Conciertos
de Brahms, de Beethoven y de Mozart, un cuarteto de cuerdas (1919), muchas
canciones, dos operetas – Apple Blossoms (1919), y Sissy (1932)
conocida más tarde en su versión cinematográfica con el nombre de The King
Steps Out dirigida por Josef von
Sternberg.
El encanto en estado puro
Cada aparición de Kreisler tenía algo de mágico. Dotado de un humor delicioso
y de un encanto irresistible, su nobleza natural atrapaba a su auditorio, porque
su estilo no tenía nunca nada de afectado o pomposo. Detestaba trabajar, y se
dice que ni siquiera se tomaba el tiempo de entrar en calor antes de subir al
escenario. La espontaneidad, la comodidad y la relajación eran los rasgos dominantes
de su ejecución. Su sonoridad refinada pero viril, nunca afectada, tenía algo
de encantador, así como su vibrato cuya amplitud y velocidad sabía matizar como
nadie. Fue además el primer violinista de renombre que usó un vibrato permanente,
lo que daba a sus frases un sabor completamente diferente del de los demás
violinistas de la época. Sus portamentos
tan sutiles tenían un poder de seducción inaudito. Poseía además un arte innato
del rubato, gracias al que sus libertades
rítmicas no alteraban jamás el curso espiritual de la música. Bajo sus dedos, cada
nota adquiría una sensualidad única, hecha de pura belleza, de bondad y de alegría
de vivir. No tenía otro objetivo que agradar, y para eso su talento era
celestial. Su discografía[1] compuesta de casi 200 obras incluye una gran número de arreglos propios y de
sus famosos “pastiches”, escritos «en el estilo» de compositores de los siglos
XVII y XVIII, que le significaron algunos encontronazos con los críticos musicales
de los años 30.
Fue uno de esos raros intérpretes tocados por la gracia, sobre los que
el tiempo pareciera no tener ninguna prisa.
SUS VIOLINES
Guarneri del Gesù (1733) hoy conservado en la Library of Congress de
Washington, D.C.
Guarneri del Gesù (1735).
Guarneri del Gesù (1740) el «Tigre» que perteneció después a Benno
Rabinoff.
J. B. Vuillaume (1845) que prestó a Joseph Hassid, propiedad hoy de
Yong-Uck Kim.
Stradivarius (1726) «Greville».
Stradivarius (1733) el «Kreisler» que perteneció también a Bronisław
Huberman y a Johanna Martzy.
Stradivarius (1711) el «Earl of Plymouth» pertenece hoy a la Filarmónica
de Los Ángeles.
Stradivarius (1727) el «Hart» fue después de Zino Francescatti y de
Salvatore Accardo.
Stradivarius (1732) el «Baillot» que perteneció a Pierre Baillot y a Eugène
Sauzay.
Stradivarius (1734) el «Lord Amherst of Hackney» con el que también
tocaron May Harrison et Benno Rabinoff.
Pietro Guarneri de Mantoue (1707) adquirido en 1967 por Earl Carlyss (segundo
violín del Cuarteto Juilliard).
Carlo Bergonzi que parteneció más
tarde a Itzhak Perlman.
Alessandro Gagliano.
Giovanni Grancino.
Gand et Bernadel.
Daniel Parker (1720).
Otras Obras
Four Weeks in the
Trenches. The War Story of a Violinist (Cuatro semanas en las trincheras. Historias
de guerra de un violinista), Boston and New York, Houghton Miffl in Company, 1915.
Fuente: JEAN-MICHEL MOLKHOU - LES GRANDS VIOLONISTES
DU XXe SIECLE - Cap. 1
Trad. FG.
[1] Una discografía establecida por el autor fue publicada en la revista The
Strad en marzo de 1999 (no 1307).
Gracias. Solo eso: Gracias.
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