miércoles, 28 de diciembre de 2016

"LOS SANTOS INOCENTES" de Charles Péguy



Tengo siete razones — dice Dios — para amar a los inocentes asesinados por Herodes.
La primera es que los amo. Y esto basta. Tal es la jerarquía de mi Gracia.
La segunda es que me gustan. Y esto basta. Tal es la jerarquía de mi Gracia.
La tercera es que me agrada. Y esto basta.
Tal es la jerarquía, el orden y la regla de mi Gracia.

Y ahora les voy a decir la cuarta razón: es porque los niños no tienen en la comisura de los labios ese rictus de ingratitud y amargura, esa herida de envejecimiento, ese rictus de recuerdos que vemos en todos los demás labios.

La quinta es por una especie de equivalencia. Porque, por una especie de contrapeso, estos inocen­tes pagaron por mi Hijo: mientras yacían sobre el suelo de los caminos, las ciu­dades y los pueblos, menos tenidos en cuenta que los corderos, los ca­britos y los cochinillos, mi Hijo huía a Egipto.

De modo que se dio una especie de «quid pro quo», una especie de malentendido, porque esos inocentes fueron confundidos con mi Hijo,
y asesinados por Él, en vez de Él, no solamente a causa de Él, sino por Él, creyendo que era Él.

La sexta razón es que eran contemporáneos de mi Hijo,
de la misma edad, nacidos al mismo tiempo, y todos hacemos lo que podemos por nuestros com­pañeros de curso y ellos fueron del curso, de la promoción de Jesús.

La séptima razón —¿por qué voy a callármela? —
es que eran parecidos a mi Hijo. Porque una generación de hombres — dice Dios — una promoción de hombres es como una hermosa ola grande
que avanza de orilla a orilla sobre un mismo frente y la ataca de golpe y se deshace al fin al borde del mar como una muralla de agua.

De la misma manera una generación o una promoción
de hombres es como una ola de hombres que avanzan todos juntos sobre el mismo frente y se estrella también como una muralla de agua cuando toca las riberas eternas.

Mi hijo era algo tierno y nuevo como ellos, y desconocido como ellos.
No tenía en la comisura de los labios ese pliegue de
amargura y de ingratitud, ni ese otro pliegue de arrugas en las cejas,
el pliegue de las lágrimas y de haber visto mucho, ni tenía en las comisuras de la memoria el pliegue de no poder olvidar.

Ignoraba aún las vicisitudes que le esperaban, todo aquello que más tarde dejaría un eterno rastro: la corona de espinas y el cetro de la caña y la terrible agonía del Calvario, y la aún más terrible agonía de la víspera en el Huerto de los Olivos.

Éstas son la sexta y la séptima razones que tengo para
amar a los inocentes: que me recuerdan a mi Hijo como era si no hubiera cambiado luego, me lo recuerdan cuando era bello, cuando nada de esa terrible aventura había sucedido todavía.

He aquí por qué amo a los niños inocentes: porque entre todos son ellos los testigos mejores de mi Hijo,
los niños-jesús que no se harán grandes ya nunca.





Charles Pierre Péguy, también conocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (Orleans, Loiret; 7 de enero de 1873-Villeroy, Sena y Marne; 5 de septiembre de 1914), fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos.
De origen modesto, perdió a su padre pocos meses después de su nacimiento; su madre, se ganaba la vida arreglando sillas de paja. Acudió a la escuela en su Orleans natal, donde el director se fijó en sus posibilidades y le consiguió una beca para seguir sus estudios de secundaria, primero en el mismo Orleans y después en París.
En 1894, llegó a París para continuar sus estudios. Recibe las enseñanzas de Romain Rolland y de Henri Bergson, que lo marcarán mucho. Sus convicciones socialistas, que ya traía de las reuniones de obreros impresores, se afianzarán en esta época. Junto con otros amigos, fundó la librería Bellais, cerca de La Sorbona. En el año 1900, después de la casi quiebra del local, deja a sus asociados Lucien Herr y Léon Blum y funda Les Cahiers de la quinzaine en el n.º 8 de la calle de la Sorbona, revista destinada a publicar sus propias obras y a descubrir nuevos escritores. Romain Rolland, Julien Benda y André Suarès le apoyaron.
Desde 1906, inicia un proceso de conversión al catolicismo, acompañado por Jacques Maritain, el hijo de su mejor amiga. A partir de entonces combina su obra en prosa a menudo política y polémica con obras místicas y líricas. Todo esto unido a su intransigencia y carácter apasionado hizo que fuera visto como sospechoso por algunos católicos y por los socialistas.
Como teniente en la reserva, fue movilizado durante la I Guerra Mundial y murió en combate al comienzo de la batalla del Marne, el 5 de septiembre de 1914 en Villeroy, cerca de Meaux.

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