jueves, 22 de diciembre de 2016

"El Niño" de Francisco Luis Bernárdez

El niño

Ésta es la noche de las noches, ésta es la noche prometida
y esperada.
Ésta es la noche en que los cielos se reconcilian con la tierra
castigada.
La obscuridad cubre los ojos, la obscuridad cubre los cuerpos
y las almas.

Pero el espíritu divino vive en las sombras como ayer
sobre las aguas.
La noche pesa mucho menos que de costumbre y es más honda
y más humana.
La tierra duele mucho menos, y ser feliz no cuesta nada
o casi nada.

La luz que viene por el cielo no es la del alba aunque parece
la del alba.
Es una estrella incomprensible que por encima de las otras
se levanta.
Es una estrella que palpita como un inmenso corazón envuelto
en llamas.

Y en cuyo fuego se consumen los que la miran, cuando alumbra
y cuando canta.
Canta la estrella en el espacio como el ardiente ruiseñor
en la espesura.
Pero de pronto se interrumpe, y en la profunda, obscuridad mira
y escucha.

Un rayo mudo, pero inmenso, hiere la noche con su espada
que fulgura.
Y el firmamento desgarrado muestra su abismo de inocencia
y de dulzura.

Un mar de fuego inunda el aire, mientras estalla una tormenta
de aleluyas.
Todos los ángeles del cielo cantan en coro Gloria a Dios
en las alturas…

Y   los pastores se arrodillan, enceguecidos por la luz
y por la música.
Con las cabezas inclinadas, oyen temblando lo que el cielo
les anuncia.
Cuando la música se apaga, vuelven los ojos a la estrella
vagabunda.

Casi perdida en la distancia, la estrella está sobre la entrada
de una gruta.
Encaminados por la estrella, los hombres llegan y descubren
el prodigio.
En la caverna iluminada por el misterio está la Madre
con el Niño.

Ella lo mira dulcemente, con su mirada de lucero
matutino.
Y Él le responde con la suya, que para el mundo es la del sol
recién nacido.
Detrás del Niño y de la Madre se puede ver a San José,
medio escondido.
Y encastillado en su silencio, como un guerrero en un baluarte
de jacinto.

Aquí tuvieron que alojarse, porque en las casas de Belén
no había sitio.
El buey y el asno de Isaías, los animales de Habacuc son
sus testigos.
Hoy se ha cumplido la promesa y ha comenzado el soberano
sacrificio.

El Verbo eterno se hizo carne y en un pesebre está desnudo
y tiene frío.
Una Doncella más hermosa que las demás ha dado a luz la luz
perpetua.
Pero su cuerpo sigue intacto, como una lámpara que alumbra
y no se altera.

La eternidad se vuelve historia, y ésta comienza en este instante
a ser eterna.
Naciendo en medio de nosotros, Dios pone paz entre la forma
y la materia.
Ya no es incendio que deslumbra, ni obscuridad que hace temblar,
ni voz que aterra.

Hoy es un niño como todos, que nos infunde compasión porque
se queja.
Éste es el árbol que ha nacido para enseñarnos a subir
desde la tierra.
Cuando lo poden nuestras culpas, dará más fruto que al principio
y con más fuerza.

Durante siglos preguntamos por la verdad, por la virtud,
por la belleza.
Dios escuchó nuestras preguntas y en esta forma nos ha dado
la respuesta.
Todos los ángeles del cielo se han extinguido poco a poco
en el espacio.
sólo quedan las estrellas, que son las huellas luminosas
de sus pasos.

La noche vuelve a su silencio, pero los hombres ya no están
desamparados.
Porque en Belén hay un pesebre, y en él un Niño que ha venido
a rescatarlos.
Y junto al Niño una Doncella: trono del Rey, fuente del Sol,
raíz del Árbol.
Nido feliz de la Paloma, cauce de Dios, carne del Verbo
soberano.

En un rincón de la caverna soy el testigo más inmóvil
y callado.
Al contemplar lo que contemplo siento vergüenza de mi boca
y de mis manos.
Entran sin verme los pastores, con sus ofrendas de corderos
y de pájaros.

Pero Jesús vuelve los ojos y hacía el lugar en donde estoy
tiende los brazos.


FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ

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