Ésta es la noche de las noches, ésta
es la noche prometida
y esperada.
Ésta es la noche en que los cielos
se reconcilian con la tierra
castigada.
La obscuridad cubre los ojos, la
obscuridad cubre los cuerpos
y las almas.
Pero el espíritu divino vive en las
sombras como ayer
sobre las aguas.
La noche pesa mucho menos que de
costumbre y es más honda
y más humana.
La tierra duele mucho menos, y ser
feliz no cuesta nada
o casi nada.
La luz que viene por el cielo no es
la del alba aunque parece
la del alba.
Es una estrella incomprensible que
por encima de las otras
se levanta.
Es una estrella que palpita como un
inmenso corazón envuelto
en llamas.
Y en cuyo fuego se consumen los que
la miran, cuando alumbra
y cuando canta.
Canta la estrella en el espacio como
el ardiente ruiseñor
en la espesura.
Pero de pronto se interrumpe, y en
la profunda, obscuridad mira
y escucha.
Un rayo mudo, pero inmenso, hiere la
noche con su espada
que fulgura.
Y el firmamento desgarrado muestra
su abismo de inocencia
y de dulzura.
Un mar de fuego inunda el aire,
mientras estalla una tormenta
de aleluyas.
Todos los ángeles del cielo cantan
en coro Gloria a Dios
en las alturas…
Y los pastores se arrodillan,
enceguecidos por la luz
y por la música.
Con las cabezas inclinadas, oyen
temblando lo que el cielo
les anuncia.
Cuando la música se apaga, vuelven
los ojos a la estrella
vagabunda.
Casi perdida en la distancia, la
estrella está sobre la entrada
de una gruta.
Encaminados por la estrella, los
hombres llegan y descubren
el prodigio.
En la caverna iluminada por el
misterio está la Madre
con el Niño.
Ella lo mira dulcemente, con su
mirada de lucero
matutino.
Y Él le responde con la suya, que
para el mundo es la del sol
recién nacido.
Detrás del Niño y de la Madre se
puede ver a San José,
medio escondido.
de jacinto.
Aquí tuvieron que alojarse, porque
en las casas de Belén
no había sitio.
El buey y el asno de Isaías, los
animales de Habacuc son
sus testigos.
Hoy se ha cumplido la promesa y ha
comenzado el soberano
sacrificio.
El Verbo eterno se hizo carne y en
un pesebre está desnudo
y tiene frío.
Una Doncella más hermosa que las
demás ha dado a luz la luz
perpetua.
Pero su cuerpo sigue intacto, como
una lámpara que alumbra
y no se altera.
La eternidad se vuelve historia, y
ésta comienza en este instante
a ser eterna.
Naciendo en medio de nosotros, Dios
pone paz entre la forma
y la materia.
Ya no es incendio que deslumbra, ni
obscuridad que hace temblar,
ni voz que aterra.
Hoy es un niño como todos, que nos
infunde compasión porque
se queja.
Éste es el árbol que ha nacido para
enseñarnos a subir
desde la tierra.
Cuando lo poden nuestras culpas,
dará más fruto que al principio
y con más fuerza.
Durante siglos preguntamos por la
verdad, por la virtud,
por la belleza.
Dios escuchó nuestras preguntas y en
esta forma nos ha dado
la respuesta.
Todos los ángeles del cielo se han
extinguido poco a poco
en el espacio.
Y sólo quedan las estrellas, que son
las huellas luminosas
de sus pasos.
La noche vuelve a su silencio, pero
los hombres ya no están
desamparados.
Porque en Belén hay un pesebre, y en
él un Niño que ha venido
a rescatarlos.
Y junto al Niño una Doncella: trono
del Rey, fuente del Sol,
raíz del Árbol.
Nido feliz de la Paloma, cauce de
Dios, carne del Verbo
soberano.
En un rincón de la caverna soy el
testigo más inmóvil
y callado.
Al contemplar lo que contemplo
siento vergüenza de mi boca
y de mis manos.
Entran sin verme los pastores, con
sus ofrendas de corderos
y de pájaros.
Pero Jesús vuelve los ojos y hacía
el lugar en donde estoy
tiende los brazos.
FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
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