viernes, 14 de abril de 2017

Merton: Prometeo y Cristo - Meditación


Moreau: Prometeo
Nadie fue menos parecido a Prometeo en el Cáucaso que Cristo en Su Cruz. Pues Prometeo pensó que había de ascender al cielo a robar lo que Dios ya había decretado darle. 
Pero Cristo, que tenía en Sí mismo todas las riquezas de Dios y toda la pobreza de Prometeo, bajó con el fuego que necesitaba Prometeo, escondido en Su corazón. 

Y se sometió a Sí mismo a la muerte junto al ladrón Prometeo, para mostrarle que en realidad Dios no puede pretender guardarse nada bueno para Él solo.

Lejos de matar al hombre que busca el fuego divino, el Dios Vivo se hará pasar a Sí mismo por la muerte, para que el hombre tenga lo que le está destinado.

Si Cristo ha muerto y ha resucitado de entre los muertos y ha derramado sobre nosotros el fuego de Su Espíritu Santo, ¿por qué imaginamos que nuestro de­seo de vida es un deseo prometeico, condenado al cas­tigo?

¿Por qué actuamos como si nuestro deseo de "ver días buenos" fuera algo que Dios no deseara, si Él mismo nos dijo que los buscáramos?

¿Por qué nos reprochamos a nosotros mismos de­sear la victoria? ¿Por qué nos enorgullecemos de nues­tras derrotas y nos gloriamos en la desesperación?

Porque creemos que nuestra vida es importante sólo para nosotros, y no sabemos que nuestra vida es más importante para el Dios Vivo que para nosotros mismos.
Porque pensamos que nuestra felicidad es para nos­otros solos, y no nos damos cuenta de que es también Su felicidad.

Porque pensamos que nuestras penas son sólo para nosotros, y no creemos que son mucho más que eso: son Sus penas.

No hay nada que le podamos robar en absoluto, porque antes que podamos pensar en robarlo, ya está dado.

Thomas Merton: Incursiones en lo Indecible - 1967 Ed. Pomaire, Barcelona pp. 73-74

 
Antonello da Messina: Crucifixión

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