Moreau: Prometeo |
Nadie
fue menos parecido a Prometeo en el Cáucaso que Cristo en Su Cruz. Pues
Prometeo pensó que había de ascender al cielo a robar lo que Dios ya había
decretado darle.
Pero Cristo, que tenía en Sí mismo todas las riquezas de Dios
y toda la pobreza de Prometeo, bajó con el fuego que necesitaba Prometeo, escondido
en Su corazón.
Y se sometió a Sí mismo a la muerte junto al ladrón Prometeo,
para mostrarle que en realidad Dios no puede pretender guardarse nada bueno
para Él solo.
Lejos
de matar al hombre que busca el fuego divino, el Dios Vivo se hará pasar a Sí
mismo por la muerte, para que el hombre tenga lo que le está destinado.
Si
Cristo ha muerto y ha resucitado de entre los muertos y ha derramado sobre
nosotros el fuego de Su Espíritu Santo, ¿por qué imaginamos que nuestro deseo
de vida es un deseo prometeico, condenado al castigo?
¿Por
qué actuamos como si nuestro deseo de "ver días buenos" fuera algo
que Dios no deseara, si Él mismo nos dijo que los buscáramos?
¿Por
qué nos reprochamos a nosotros mismos desear la victoria? ¿Por qué nos
enorgullecemos de nuestras derrotas y nos gloriamos en la desesperación?
Porque
creemos que nuestra vida es importante sólo para nosotros, y no sabemos que
nuestra vida es más importante para el Dios Vivo que para nosotros mismos.
Porque
pensamos que nuestra felicidad es para nosotros solos, y no nos damos cuenta
de que es también Su felicidad.
Porque
pensamos que nuestras penas son sólo para nosotros, y no creemos que son mucho
más que eso: son Sus penas.
No
hay nada que le podamos robar en absoluto, porque antes que podamos pensar en
robarlo, ya está dado.
Thomas Merton: Incursiones en lo Indecible - 1967 Ed. Pomaire, Barcelona pp. 73-74
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