viernes, 14 de abril de 2017

Thomas Merton y la "cordura"

Justo antes de celebrar la Eucaristía de la Cena del Señor me enteré del lanzamiento de la MOAB (madre de todas las bombas) sobre territorio Afgano. Y pensé que habrá quienes consideren que existe cierta "racionalidad" en el uso de semejante arma.

La celebración del Jueves Santo nos invita a dar la vida en el seguimiento de Jesús.
¡Qué paradoja!
Se ha dicho que en los EE.UU. muchos han celebrado ayer la "defensa" experimentada de su territorio mediante el uso de semejante instrumento de muerte.

Recordé enseguida algo dicho hace algo más de 50 años por Thomas Merton y que leí en cálida comunión con su sentir. Quiero citarlo aquí ya que, cambiadas las circunstancias que considero más graves aún, me parece de extraordinaria vigencia.

UNA MEDITACION DEVOTA EN MEMORIA DE ADOLF EICHMANN
Por Thomas Merton*

Uno de los hechos más inquietantes que se ma­nifestaron en el proceso de Eichmann fue que un psiquiatra le examinó y le declaró perfectamente cuerdo. No lo dudo en ab­soluto, y eso precisamente es lo que encuen­tro inquietante.
Si todos los nazis hubieran sido psicópatas, como probablemente eran algunos de sus jefes, su horrenda crueldad hubiera sido más fácil de comprender en algún sentido. Mucho peor es considerar a ese tranqui­lo funcionario, equilibrado", impertérrito, despachan­do su trabajo burocrático, su empleo administrativo que daba la casualidad de que era la supervisión del crimen en masa. Era meditativo, ordenado, sin imagi­nación. Sentía un profundo respeto hacia el sistema, la ley y el orden. Era obediente, leal: un fiel funciona­rio de un gran estado. Un funcionario que servía muy bien a su gobierno.
No le inquietaba mucho la culpabilidad. No sé que llegara a tener ninguna enfermedad psicosomática. Al parecer, dormía bien. Tenía buen apetito, por lo visto. Cierto que cuando visitó Auschwitz, el jefe del campo, Hoess, con ánimo de diábolica malignidad, trató de fastidiar al gran jefe y asustarle con alguno de los espectáculos. Eichmann se inquietó, sí, se inquietó. Hasta Himmler se había inquietado, y le habían tem­blado las piernas. Quizá, del mismo modo, el director de una planta siderúrgica podría sentirse inquieto si tuviera lugar un accidente mientras por casualidad estaba él allí. Pero, claro, lo que ocurrió en Auschwitz no era ningún accidente: sólo el desagrado rutinario de la tarea diaria. Había que arrimar el hombro a la carga de monótono trabajo diario por la Patria. Sí, hay que sufrir incomodidad y hasta náusea con espec­táculos y ruidos desagradables. Todo eso forma parte del concepto de deber, abnegación y obediencia. Eich­mann estaba consagrado al deber, y orgulloso de su trabajo.
La cordura de Eichmann es inquietante. Conside­ramos la cordura equivalente de un sentido de justicia, de humanidad, de prudencia, de capacidad de amar y comprender a los demás. Nos fiamos de la gente cuerda del mundo, confiando en que lo preservarán de la bar­barie, de la locura, de la destrucción. Y ahora empe­zamos a caer en la cuenta de que precisamente los cuerdos son los más peligrosos.
Los cuerdos, los bien adaptados, son los que pue­den, sin espasmos ni náusea, apuntar los proyectiles y apretar el botón que inicie el gran festival de des­trucción que han preparado ellos, los cuerdos. ¿Qué nos da la seguridad, después de todo, de que el peligro consista en que un psicópata llegue a tener ocasión de disparar el primer disparo en una guerra nuclear?
Los psicópatas son sospechosos. Los cuerdos les man­tendrán lejos del botón. Nadie sospecha de los cuerdos, y los cuerdos tendrán razones perfectamente buenas, lógicas, adecuadas, para disparar. Obedecerán cuerdas órdenes que han llegado cuerdamente por el conducto jerárquico. Y, por su cordura, no sentirán remordi­mientos. Cuando salgan los proyectiles, pues, no será ningún error.
No podemos seguir suponiendo que porque un hom­bre sea cuerdo esté "en su juicio". El concepto entero de cordura en una sociedad donde los valores han perdido su significación, también carece de significa­ción. Un hombre puede estar "cuerdo" en el limitado sentido de que no esté incapacitado por sus emociones desordenadas para actuar de un modo frío y ordenado, conforme a las necesidades y dictados de la situación social en que se encuentre. Puede estar perfectamente "adaptado". Bien sabe Dios que quizá semejante gente puede estar perfectamente adaptada aun en el mismo infierno.
Y así me pregunto yo: ¿cuál es el significado de un concepto de cordura que excluye el amor, lo considera sin valor, y destruye nuestra capacidad de amar a otros seres humanos, de responder a sus necesidades y sufri­mientos, de reconocerles, pues, como personas, de per­cibir su dolor como nuestro? Evidentemente, eso no es necesario para la "cordura" en absoluto. ¿Qué inte­rés tenemos en equiparar la "cordura" al Cristianismo? Ninguno, en absoluto, evidentemente. El peor error es imaginar que un cristiano debe intentar ser "cuerdo", como todos los demás; de que somos parte integrante en nuestro tipo de sociedad: que debemos ser "realis­tas" respecto a ella: que debemos hacer surgir un cristianismo cuerdo, y que en el pasado ha habido muchos cristianos cuerdos. La tortura no es nada nuevo, ¿ver­dad? Debemos ser capaces de racionalizar un poco el lavado de cerebro, el genocidio, y hallar un lugar para la guerra nuclear, o al menos para las bombas de na­palm, en nuestra teología moral. Cierto que algunos de nosotros ya hacen todo lo que pueden por ese cami­no. ¡Hay esperanzas! Aun los cristianos pueden sacu­dirse sus prejuicios sentimentales sobre la caridad, y hacerse cuerdos, como Eichmann. Pueden incluso afe­rrarse a cierto sistema de fórmulas cristianas, y ajus­tarías a una Ideología Totalitaria. Que hablan de justicia, caridad, amor y lo demás. Esas palabras no han impedido a muchos cuerdos actuar en el pasado de modo muy cuerdo y listo...
No, Eichmann no estaba loco. Los generales y com­batientes de ambos bandos, en la Segunda Guerra Mundial, los que realizaron la destrucción total de ciudades enteras, ésos eran los cuerdos. Los que han inventado y perfeccionado las bombas atómicas y los proyectiles intercontinentales, los que han planificado la estrategia de la próxima guerra, los que han valora­do las diversas posibilidades de usar agentes bacte­rianos y químicos, no son los locos, sino los cuerdos. Los que calculan fríamente cuántos millones de vícti­mas puede considerarse que vale la pena sacrificar en una guerra nuclear, supongo que también salen muy bien parados en los tests de Rohrschach. Por otro la­do, probablemente encontraréis que los pacifistas y los del movimiento contra la Bomba, están un poco locos, en serio, como leemos en Time.
Empiezo a darme cuenta de que la "cordura" ya no es un valor ni un fin en sí mismo. La "cordura" del hombre moderno le es tan útil como el gran tamaño y los músculos al dinosaurio. Si estuviera un poco menos cuerdo, si durara un poco más, si se diera un poco más de cuenta de sus absurdos y contradicciones, quizá habría una posibilidad de supervivencia. Pero si está cuerdo, demasiado cuerdo... quizá hemos de decir que en una sociedad como la nuestra la peor locura es no tener en absoluto angustia, estar totalmente "cuerdo".
* Incursiones en lo Indecible – 1967 Ed. Pomaire – Barcelona pp. 37-41





















1 comentario:

  1. Fantástico Merton, sus reflexiones son tan hondas, tan oportunas, a veces inquietantes pues nos mueven de cierto lugar a otro no pensado.

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