Aquí les entrego otro párrafo del hermosísimo libro de Olegario de Cardedal "El Rostro de Cristo" (Ed. Encuentro - Madrid, 2012) junto con el "Ecce Homo " de Maerten van Heemskerck (1 de Junio de 1498 – 1 Octubre de 1574) que me pareció un hermoso ejemplo de identificación de el Hombre-Cristo y los hombres todos:
"Los artistas, diciendo la vida y la muerte de cada hombre decían el destino de Cristo, porque este se ha hecho solidario de cada uno de ellos, hasta el punto de que enfermedad, pobreza, exilio, cárcel, hambre, silencio o soledad de un hombre enfermo, pobre, exiliado, encarcelado y hambriento o solo, son enfermedad, pobreza, exilio, cárcel, hambre, silencio y soledad del mismo Cristo. Si desde siempre la Iglesia ha mantenido en el canon de sus Escrituras Sagradas ese texto de San Mateo (Mt 25,31-46) que afirma explícitamente una identificación de Cristo con el destino de cada hombre, hasta nuestro siglo no se le había otorgado tanto relieve.
Hemos vuelto a «sentir» y no solo a saber que por cada hombre ha muerto Cristo (Rom 8,32; 2 Cor 5,14; 1 Tim 2,6; Heb 2,9). San Pablo lo repite dos veces con la misma fórmula literal: «El hermano por quien Cristo murió» (Rom 14,15; 1 Cor 8,11). En cada hombre que muere se le muere a Dios un hijo y en cada hombre muerto pierde Cristo un hermano. Estas convicciones son las que primordialmente han hecho surgir la convicción de la perduración personal de los humanos. Si el hombre muriera del todo, su vida habría sido al final insignificante e insignificante la amistad de Dios con él. Porque la muerte de ese hombre dejaría a Dios sin su amigo y a Cristo sin su hermano, por eso ha nacido necesariamente en la Biblia la convicción de la perduración personal del hombre tras la muerte. Para explicarla se ha apelado primero a la fidelidad de Dios con el hombre su amigo fiel (2Mac 7), al que resucitará, y luego se ha preguntado por la posibilidad objetiva para que esa resurrección tenga un sentido y coherencia y no sea una repetición de un mismo destino creando Dios a un hombre dos veces. Por ello se ha hablado también de inmortalidad. Resurrección e inmortalidad son dos palancas, necesarias ambas, para comprender el destino futuro del hombre." (pp. 202-203)
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