Existe conexión profunda entre
las experiencias humanas fundamentales, de naturaleza personal colectiva, y las creaciones artísticas.
Cuando en la vida se abre, ante los ojos sorprendidos del hombre, una sima
bajo los pies, por el dolor extremo o por la felicidad inesperada, surge la
pregunta por el sentido y por el auxilio. La pregunta antropológica y
soteriológica se hace inexorable: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿Por qué y
para qué la existencia? Pero no menos inexorable se hace la pregunta soteriológica:
¿Qué va a ser de mí? ¿Cuál es el final de nuestro destino? ¿Tenemos ayudador en
nuestro desvalimiento o partícipe de nuestra alegría en nuestro triunfo? Porque
ni el dolor es vivible ni la alegría es soportable sin alguien con quien
compartirlos.
La creación artística no es
posible en la placidez placentera del aposentamiento superficial en la
existencia. Surge cuando el hombre es arrastrado hasta el límite en el gozo o
en la angustia, en el exceso de posibilidades o en la sustracción del aire para
respirar. Los sentidos saltan sobre la placidez de la percepción animal para
ser humanos en el descubrimiento del límite ilimitado. El animal no percibe en
cada acto de inteligencia lo inteligible absoluto, en cada acción que tiene
objeto propio la totalidad imperceptible, en cada amor particular el Amor
abrazador del todo en su última raíz personal. Esas situaciones extremadas de
orden positivo o de orden negativo se dan en toda vida, de forma sorprendente
por acontecimientos sobrevenidos inesperadamente o por el tiempo que, pasando
fiel y diario, horada el lecho del río de la vida o le deja sin agua, porque
esta se pierde entre las hendiduras. Ese sobresalto de lo inesperado o ese ahondamiento
o vaciamiento de lo cotidiano son el espacio personal en el que surge la obra
de arte.
(Olegario González de Cardedal: El
Rostro de Cristo – Ed. Encuentro. Madrid 2012 pp. 197-8)
Genial!!!!
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