lunes, 16 de enero de 2017

Un texto de un gran autor

Existe conexión profunda entre las experiencias humanas fundamentales, de naturaleza personal  colectiva, y las creaciones artísticas. Cuando en la vida se abre, ante los ojos sorprendidos del hombre, una sima bajo los pies, por el dolor extremo o por la felicidad inesperada, surge la pregunta por el sentido y por el auxilio. La pregunta antropológica y soteriológica se hace inexorable: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿Por qué y para qué la existencia? Pero no menos inexorable se hace la pregunta soteriológica: ¿Qué va a ser de mí? ¿Cuál es el final de nuestro destino? ¿Tenemos ayudador en nuestro desvalimiento o partícipe de nuestra alegría en nuestro triunfo? Porque ni el dolor es vivible ni la alegría es soportable sin alguien con quien compartirlos.
La creación artística no es posible en la placidez placentera del aposentamiento superficial en la existencia. Surge cuando el hombre es arrastrado hasta el límite en el gozo o en la angustia, en el exceso de posibilidades o en la sustracción del aire para respirar. Los sentidos saltan sobre la placidez de la percepción animal para ser humanos en el descubrimiento del límite ilimitado. El animal no percibe en cada acto de inteligencia lo inteligible absoluto, en cada acción que tiene objeto propio la totalidad imperceptible, en cada amor particular el Amor abrazador del todo en su última raíz personal. Esas situaciones extremadas de orden positivo o de orden negativo se dan en toda vida, de forma sorprendente por acontecimientos sobrevenidos inesperadamente o por el tiempo que, pasando fiel y diario, horada el lecho del río de la vida o le deja sin agua, porque esta se pierde entre las hendiduras. Ese sobresalto de lo inesperado o ese ahondamiento o vaciamiento de lo cotidiano son el espacio personal en el que surge la obra de arte.

(Olegario González de Cardedal: El Rostro de Cristo – Ed. Encuentro. Madrid 2012 pp. 197-8)

1 comentario: